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Las métricas optimistas también pueden engañar

Por Lic. Catalina Mas, Co-Coordinadora del Observatorio de Economía Política Internacional, Centro de Estudios de Política Internacional.

El presente artículo es una breve reflexión en base a la siguiente nota. La misma versa sobre el llamado de atención que realiza Philip Alston frente a los pronósticos optimistas con respecto a la baja en los índices de pobreza a nivel mundial.

Tener datos importa. Los números y su interpretación estadística también. Sin embargo, el recorte del universo en el cual testeamos la realidad de esos datos, y dentro del cuál nos basamos para sacar conclusiones sobre una realidad también interesa. Frente a una realidad socioeconómica complicada de por sí y empeorada por una crisis sanitaria, revisar estos datos y su evolución requiere de responsabilidad y una mirada crítica. Se estima que se duplique el número de personas en situación de extrema pobreza a causa de la crisis derivada del COVID-19 (Foreign Policy, 2020). En esto se basa, parcialmente la crítica de Philip Alston, experto en derecho internacional, profesor y ex Relator Especial sobre la Extrema Pobreza de ACNUDH (2015-2020).


Las políticas de austeridad y los cambios en las estructuras económicas de los países luego de esta crisis sanitaria exacerbarán, según Alston, la desigualdad en la repartición de las riquezas. Esto se suma a políticas que ya beneficiaban a un segmento muy claro de la población. Aumentará la desigualdad, la pobreza estructural y disminuirán las posibilidades de una mejora en la calidad de vida de las personas, especialmente en países en vías de desarrollo y más vulnerables. De acuerdo al World Inequiality Report, el 1% más rico de la población se queda con, al menos, el 27% del crecimiento de las ganancias (Alvaredo et Al, 2018).

El Banco Mundial establece la línea de extrema pobreza en 1,90 dólares estadounidenses por día a través de la Paridad del Poder Adquisitivos de los países con una mayor pobreza. Es decir, que todas aquellas personas que posean menos de1,90 USD por día para subsistir son consideradas en situación de pobreza extrema. Es cierto que la cantidad de personas en esta situación disminuyó a lo largo de los años. Sin embargo, este corte tan simple pasa por alto una gran cantidad de factores, a saber: niveles de desigualdad, acceso a infraestructura crítica, posibilidades de crecimiento, capacidad de consumo en sus respectivos países.

Tal y como lo indica Alston, la Línea Internacional de Pobreza indica un nivel extremadamente bajo de vida, a niveles que podrían llegar a considerarse no dignos. En este sentido, el Banco Mundial posee, también, otras líneas que dividen los estratos socio-económicos. Un segundo corte es el de aquellos que poseen, al menos, 5,50 USD para vivir por día.

Durante las últimas dos décadas, el Banco Mundial indica que la pobreza extrema ha disminuido de 26% a 10% (Corral et al, 2018:5). Este tipo de comunicados, provenientes de una organización con tanta influencia internacional como ésta podrían indicarnos, a priori, una mirada optimista con respecto al futuro de la economía mundial y el camino andado hacia el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (Naciones Unidas, 2019). Sin embargo, este tipo de anuncios tan optimistas deben ser leídos bajo la luz de dos cuestiones esenciales: las tendencias a largo plazo y la métrica utilizada.

Las métricas utilizadas

Si bien es cierto que el Banco Mundial provee de diversas métricas que se deberían conjugar con la Línea Internacional de Pobreza, la realidad es que éstas rara vez se utilizan para comunicar al público no especialista. Como se mencionó anteriormente, el mismo Banco Mundial tiene diversas líneas de pobreza que recomienda utilizar de acuerdo con los niveles de desarrollo económico y social de cada uno de los países.

Sin embargo, también es cierto que la periodicidad con la que estos números se actualizan tampoco llega a comprender la rapidez de los cambios económicos dentro de los países en los que se mide. Por ejemplo, la línea de pobreza actual (1,90 USD) se precisó en el año 2015, y la anterior en el 2008 (1,25 USD) (Banco Mundial, 2014). Es decir, hubo un tiempo de siete años -y siete años movidos en términos económicos dada la recuperación luego de la crisis que estalló en 2008/9- en los que la línea de pobreza no fue revisada. La Purchase Power Parity (Paridad de Poder Adquisitivo) por la cual se calcula esta línea no se puede garantizar por un periodo tan largo, especialmente en economías tan frágiles como lo son las de los países más pobres -aquellas que se tienen en cuenta para calcular este número-. En este caso, estamos transcurriendo el quinto año en el que no se revisa esta cifra.

Teniendo en cuenta el contexto adverso que devendrá del impacto del coronavirus en términos de desigualdad, habrá que poner más que nunca el acento en los datos que nos indiquen los niveles de desigualdad y desarrollo social. Un simple número que se actualiza cada siete años no puede proporcionarnos la información suficiente como para publicar noticias optimistas. En este caso, la Comisión sobre Pobreza Global, la organización apuntada por el Banco Mundial para estudiar la pobreza en una dimensión más abarcativa, debería tomar la iniciativa y hacer más público sus cifras.

Estabilidad en la disminución de la pobreza

Sumando al contexto previamente mencionado, tenemos el dato de que aún teniendo los números más optimistas en cuenta, la reducción de la pobreza comenzó a “amesetarse“. Es decir, las tendencias aceleradas en la disminución de ésta comenzaron a volverse más lentas y menos drásticas. (Banco Mundial, 2018). Un elemento clave mencionado en los reportes del mismo Banco es el de la necesidad de inversión en, sobretodo, capital humano.

Ahora bien, la cuestión del capital humano es pertinente en varios sentidos. En primer lugar, una población con mayor capacitación e inversión en formación habría estado más preparada para afrontar los coletazos económicos y sociales de la crisis sanitaria que vivimos. Es decir, un país con un mayor capital humano no solo tiene mayor liquidez para la inversión y generación de empleo calificado, sino que también implica una población con mayor capacidad de ahorro que permite afrontar de mejor manera una situación de desempleo -temporal o permanente- provocada por la pandemia. Asimismo, en segundo lugar, el empleo calificado tendría una mayor posibilidad de ser pasado a la modalidad de remoto, reduciendo la incidencia de la cuarentena en el ingreso mensual.

En este sentido, frente a una población en su mayoría ruralizada y marginada en los países en vías de desarrollo (FIDA,2020), lo términos de desigualdad descriptos por Alston podrían subir. La necesidad de una mayor instrucción en términos tecnológicos y puestos de trabajo no reemplazados por mecanismos como el machine learning o inteligencia artificial serán esenciales para no quedar fuera en el mundo laboral del futuro. En estos términos, la población de menores que transcurra estos tiempos en situación de pobreza y vulnerabilidad podría ver comprometida la calidad y término de su educación frente a un acceso desigual a la tecnología necesaria. A su vez, esto podría exacerbar la pobreza estructural, agravando el problema a futuro.

Conclusión

Si bien la pobreza siempre debe ser tomada en serio y medirse a través de distintos indicadores sociales y económicos, estos tiempos que corren demanda una mayor seriedad. Si bien el Banco Mundial tiene sus fundamentos para publicar dichos datos simplificados, la replicación en la prensa internacional basándose en tan solo esas cifras puede llegar a ser peligroso en fijar metas demasiado optimistas.

La cuarentena internacional y la pandemia en sí nos abren la oportunidad de replantear el uso de la tecnología, la pobreza estructural y el rol de la educación en el siglo XXI. Estas serán herramientas para saldar las cuentas pendientes con los sectores vulnerables y podrían ayudar a volver a acelerar la disminución de la pobreza.

Sin embargo, así como puede ser una herramienta, si no se le presta la debida atención también puede terminar incrementando la brecha entre la población que tuvo una mayor instrucción y aquellos que no la hayan podido tener. La inversión en conocimiento y los recursos humanos siempre es eso, una inversión.

Bibliografía

Alvaredo, F. Chancel, L. Piketty, T., Saez, E., Zucman, G. (2018). World Inequality Report. Disponible en: https://wir2018.wid.world/files/download/wir2018-summary-english.pdf

Banco Mundial (19 de septiembre de 2018). Decline of Global Extreme Poverty Continues but Has Slowed: World Bank. Disponible en: https://www.worldbank.org/en/news/press-release/2018/09/19/decline-of-global-extreme-poverty-continues-but-has-slowed-world-bank

Corral,P.,Irwin, A. Krishnan, N. Gerszhon Mahler, D., Vishwanath, T. (2020). Fragility and Conflict: On the Front Lines of the Fight against Poverty. Disponible en: https://openknowledge.worldbank.org/bitstream/handle/10986/33324/9781464815409.pdf?sequence=14&isAllowed=y

Mackinnon, A. (6 de julio del 2020). Global Poverty Rampant Despite Sunny Talk, U.N. Finds. Foreing Policy. Disponible en: https://foreignpolicy.com/2020/07/06/global-poverty-rampant-un-misleading/

Naciones Unidas (2019). Informe de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Disponible en: https://unstats.un.org/sdgs/report/2019/The-Sustainable-Development-Goals-Report-2019_Spanish.pdf

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