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La era del egoísmo internacional

Por Tomás Seré, miembro del Observatorio de Asuntos Humanitarios



En un contexto de crisis global, la solución necesariamente debe conllevar un criterio de cooperación internacional. No obstante, las naciones tienden al proteccionismo, cuestión que acentúa la falta de liderazgo mundial.


Incertidumbre es –probablemente- el adjetivo que mejor califica la situación que se vive en el panorama mundial hace, al menos, dos meses. La realidad es que los gobiernos, y cabe aclarar que este término los incluye a todos, hace numerosas semanas toman sus decisiones con un nivel de certeza prácticamente nulo. Nadie sabe ni cómo ni cuándo se va a detener al Covid19. A este punto se le deben sumar, además, las pocas verdades absolutas que circulan tanto en el vox populi como en la ciencia: no está totalmente confirmada la inmunidad de quienes ya se contagiaron, ni si quienes fallecieron aún transmiten el virus o si algún día se podrá descubrir una vacuna efectiva (para el VIH, por ejemplo, hasta el momento no se encontró). En otras palabras, no hay información suficiente para planear a futuro bajo certezas.


No obstante, y aquí se abre un pequeño pero pertinente paréntesis al tema al que realmente apunta la nota, también hay que tener en cuenta cómo se maneja esa información. En este sentido, el Covid-19 trae consigo un elemento que lo hace completamente distinto -y hasta incomparable- a cualquier otra pandemia de la historia: la globalización. Como bien explica en una charla con el Centro de Estudios de Política Internacional (CEPI) el especialista en cooperación internacional y sociedad civil, Guillermo Correa, se produce así un fenómeno al que usualmente se conoce como infodemia, es decir, la peligrosa mezcla entre fakes news, exceso de información y alcance inmediato en tiempo real. Hoy, a través de una aplicación, podemos seguir minuto a minuto la cantidad de fallecidos o enfermos hospitalizados de y desde cualquier punto del planeta. Lo que, por otra parte, instala en la sociedad el factor del miedo, que sin lugar a dudas contribuye al pánico y a la desesperación general.


De regreso al argumento, la falta de información se choca frontalmente con una de las mayores advertencias del estratega chino SunTzu, quien hace más de 2.500 años en su obra clásica “El arte de la guerra” aseguró que la clave de la victoria es “conocer al enemigo”. Definitivamente, con más de 3 millones de infectados y una economía global prácticamente detenida, no conocemos al enemigo. Sin embargo, sí hay un punto sobre el que la mayoría de la comunidad académica se encuentra de acuerdo: la solución a la crisis que nos acecha necesariamente requiere de cooperación internacional. Ergo, la unión hace la fuerza.


Con esta lógica, en el plano de la cooperación se pueden distinguir claramente dos planos: el orden al interno de un país y el nivel de multilateralismo con el que se manejan las naciones. Respecto al panorama interno, América Latina demostró ser un claro ejemplo de falta de homogeneidad. Por un lado, como explica el politólogo uruguayo Daniel Chasquetti, Argentina logró ser un referente en cuanto a la opción más viable para la toma de decisiones, es decir, la cooperación.


Aún con algún paso en falso (en relación de las salidas de 500 metros y la posterior rectificación de algunas provincias, por ejemplo), oposición y oficialismo se mostraron unidos con bajas críticas negativas a la gestión sanitaria. En el polo opuesto, por su parte, Yanina Welp destaca a los gobiernos negacionistas, entre los que se incluye la disputa en Brasil entre Yair Bolsonaro y sus gobernadores, las contradicciones de Manuel López Obrador en México o el secretismo de Nicolás Maduro en Venezuela y Daniel Ortega en Nicaragua. De esta manera, en la región impera una clara diversidad sobre la mesa.


Asimismo, las relaciones internacionales pre-Covid19, y fundamentalmente a partir de la crisis del 2008, ya traían consigo una tendencia al particularismo, a la propensión estatal de mirar hacia adentro de sus fronteras. Cuestión que, paradójicamente, la pandemia acrecentó. Con el correr de los últimos meses, la posibilidad de un multilateralismo exitoso quedó cada vez más lejana y cada uno se ocupó únicamente de mirar el propio ombligo. Pero contrariamente a las bases de esta corriente, y aquí tomo las palabras utilizadas por Neil Irwin en su artículo en el New York Times, “la economía mundial es una red de interconexiones infinitamente complicada”.


Probablemente en el futuro cada país se replanteará cuánto quiere depender de otro, pero la realidad actual nos demuestra que la dependencia interestatal es muy grande como para intentar jugar solo. Las viejas prioridades de autosuficiencia no encuentran lógica en un mundo configurado de un modo en el que el 80% de los principios activos de remedios se producen en China e India. “Al igual que el cambio climático, ante la complejidad de los sistemas en los que vive la humanidad, los gobiernos cerrando sus fronteras no lo van a poder controlar”, explica Correa, a lo que Juan Belikow, primer invitado a las charlas del CEPI, agrega: “El realismo, ese interés únicamente nacional, es el peor de los escenarios posibles ante una amenaza global”.


Dentro de este marco de proteccionismo, además, los estados se ven obligados a competir por el acceso a los mismos elementos (respiradores, reactivos, personal capacitado). En este punto, según entiende el Secretario Académico del CARI, Juan Battaleme, se destapa tanto la crisis de liderazgo como la carencia de visión, en un orden internacional actual en el que los movimientos son muy tácticos. Y, por supuesto, como ocurre en todas las crisis, se reflotan cuestiones fáciles de olvidar en tiempos de bonanza.


Con esta lógica, no aparece en el panorama un líder al que el resto siga, que sirva como guía para encontrar una solución conjunta. Ese espacio está aún vacío. Es así que mientras Estados Unidos y China, quienes deberían conformar la primera línea de liderazgo cooperativo, recrudecen su duelo, el resto de los actores fundamentales (básicamente la Unión Europea y otros grupos regionales) no encuentran congruencias. Se repiten incesantemente entonces, las palabras de la Diectora del CEPI, Luciana Micha: “Todos piden coordinación, pero nadie quiere que lo coordinen”.


Estados Unidos


Bajo la actual configuración, claramente sin EEUU no hay liderazgo mundial. En este sentido, la pandemia trae consigo el concepto de bienes de red. Es decir, aquellos bienes que, al contrario de los públicos -en los que puedo excluir a terceros sin costos-, me interesa y conviene que otros tengan. Son aquellas soluciones en las que no me interesa excluir a otros. Este es el caso del Covid-19, no quiero que mi vecino esté contagiado, hasta estoy dispuesto a pagarle su vacuna porque sino me puede contagiar a mí o a mis familiares (del mismo modo no sirve ser la única persona con un teléfono en el mundo). Ese es, probablemente, el mayor incentivo que tiene Estados Unidos -y todos- para que la reconstrucción sea cooperativa. Y, asimismo, si EEUU se retira del apoyo internacional lo que se genera son males de red.


Suena lógico y fácil. Pero, como explica el politólogo argentino Andrés Malamud, no lo es para Donald Trump, ya que su racionalidad, como buena parte de la racionalidad del sistema político norteamericano, es doméstica. Los líderes, y mucho más en un contexto eleccionario cercano, le hablan a sus votantes y buena parte de los estadounidenses, por no decir la mayoría, tienen noción 0 del resto del mundo. De hecho, antes de la pandemia EEUU contaba con el 5% de la población mundial y el 25% de la riqueza.


De esta manera, según Belikow, la salida fácil que encontró su presidente fue ideologizar el tema. “Lo llama el virus chino. Trump no lucha contra Biden sino contra el coronavirus. Y lo plantea en términos de guerra: hay que ganarle y hay un culpable (China) que debe pagar por los costos de lo que provocó”, analiza. Con esta lógica el gobierno de EEUU estableció un fuerte incentivo para la producción interna de medicamentos y fuertes aranceles a los productos chinos. Sin embargo, “más del 30% de los medicamentos críticos que se consumen son producidos en China y EEUU no los puede remplazar. Existe una dependencia brutal”, explica el destacado consultor internacional.


En este marco, es completamente necesaria la pedagogía política para que los dirigentes logren tomar decisiones para el mundo y, a la vez, venderse políticamente. “Mientras eso no pase estamos en problemas, porque Trump sigue convenciendo al público con la premisa de America First y, si yo tengo un teléfono y no lo presto, no vamos a ningún lado. Por ende, con Trump a la cabeza es muy difícil pensar a Estados Unidos como un líder mundial”, ratifica Malamud.


China


El gigante asiático, a pesar de ser el primer país gravemente infectado que pudo recuperarse por completo, probablemente no saldrá fortalecido de esta crisis. Como expone el analista internacional Carlos Pérez Llana en su nota de opinión en Clarín, “más allá de las interpretaciones conspirativas, lo cierto es que existe una responsabilidad de Pekín insoslayable: la demora en difundir información, sin duda, resultó fatal”. Aunque no hay sustento para culpar directamente a China por el virus (como lo hace Trump), las contradicciones y el secretismo claramente le jugaron una mala pasada a la nación más poblada del universo.


No obstante, cabe resaltar la importancia que el presidente Xi Jinping le da activamente a la cooperación internacional. De hecho, China ya le brindó a Pakistán, Japón, Corea del Sur, Perú, Irán y la Unión Africana reactivos de prueba, envió un equipo de voluntarios de la Cruz Roja a Irán con instrumentos médicos de ayuda y compartió planes de tratamiento con muchos países. Al mismo tiempo, estableció mecanismos de comunicación cercanos con organizaciones como la OMS, la Unión Europea, la Unión Africana, la Comunidad del Caribe y la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, así como con estados con brotes graves o sistemas de salud frágiles como Corea del Sur e Irán. Aún bajo una llamada “diplomacia sanitaria”, con ciertos déficits en las ayudas y sin compensar los ocultamientos anteriores, es significativo decir que esa es la dirección a seguir en conjunto.


Diálogo aparte merece, además, el método de control antiepidémico implementado sobre cada habitante a través de la tecnología, al cual el reconocido filósofo coreano Byung-Chul Hang denomina como el “feudalismo digital”.

Unión Europea y América Latina


En Europa se extendió una evidente dificultad de coordinar hacia adentro del bloque entre los propios estados, con un condimento de fuertes reclamos por las reacciones de algunas naciones y la poca solidaridad. Sin embargo, a pesar de los inconvenientes que aparecieron por momentos, las 28 naciones de la Unión Europea están lejos de dejar de conformar la alianza regional más fuerte del planeta. Se trata de estados con una economía relativamente buena y que serán claves a la hora de procurar soluciones a futuro. De hecho, el gran pacto europeo para lograr una vacuna disponible para todo el mundo (firmado por Noruega, Italia y la Comisión Europea) o el acuerdo multilateral de valores compartidos refrendado por Alemania y Francia son el camino de salida.


Por otra parte, la coyuntura encuentra a América Latina muy desarmada. Se trata del nivel de cooperación más bajo en muchos años, en el que ningún entramado de países funciona realmente bien. Con esta lógica, únicamente se atinó a cerrar fronteras y a (des)coordinar el traslado de ciudadanos. La ya expresada falta de homogeneidad llevó a que, en vez de fortalecer las capacidades regionales, se compita por recursos escasos. En un contexto en el que, además, las decisiones de ciertos países afectan explícitamente en la vida de los otros. Señal muy negativa fue también la cuasi nula acción desarrollada en el marco del Mercosur, en el que los Ministros de Salud ni siquiera entraron en diálogo. En esta línea, la salida temporal de Argentina de la alianza agigantó un panorama oscuro.


Asimismo, hay que añadir a este análisis a los países árabes, grandes emergentes en el panorama mundial y que, al contar con poca población y mucho dinero, seguramente tendrán un rol clave.


Del mismo modo, aunque muchas veces no sean tenidos en consideración, no pueden quedar fuera de la escena de cooperación los actores privados. De hecho, probablemente los estados no sean hoy quienes más dinamicen el tema, ya que el proceso tiene más que ver con el universo de la filantropía. Solamente por mencionar un caso, hoy la fundación más rica del mundo (de la cual Bill Gates es dueño), puede cambiar el destino de una vacuna para el coronavirus. Hoy precisamente ya aparecen como actores con peso y relevancia. Además cuentan con mayor flexibilidad y más capacidad de fuego, por ende, quizás estén hasta más en la vanguardia que los estados tradicionales. Es así que artistas, jugadores de fútbol o famosos empiezan también a mover la agenda y son la sociedad civil, las ONG´s o las fundaciones quienes dan respuestas más rápidas, por ser más flexibles y ágiles. En este marco, 596 iniciativas filantrópicas que ya juntaron 11 trillones de dólares en todo el mundo (al 15 de abril, según los datos de la OSD).


Por otro lado, como observa la Directora de la Carrera de Ciencia Política de la UBA, Elsa Llenderrosas, “en el proceso de recuperación, y sobre todo en las naciones más débiles, se necesita que entren en juego también otros actores, políticas de asistencia internacional como el FMI o Banco Mundial”. Sin embargo, ni el g20, organismo que dio el puntapié para la recuperación de la crisis del 2008, ni la Asamblea General de la ONU dieron repuestas. Pero, cuando se dice que no aparecieron o que reaccionaron tarde hay que advertir que estos organismos no tienen voluntad propia de por sí, sino que son las naciones las que les permitieron reaccionar. En otras palabras, sin miembros presentes, no hay organismos. En este sentido, nuevamente vuelven a relucir los problemas del negacionismo y de los malos liderazgos. Aunque la ONU –pensada para 1947- seguramente se haya vuelto un elefante antiguo que cuenta con problemas de poca apertura, estructuración piramidal, abusos, diplomáticos vip o falta de transparencia, como analiza Correa definitivamente el mundo estaría peor si no existiera este organismo. No hay que olvidar que muchas agencias que trabajan muy bien dependen de la ONU y, de hecho, hasta podría aprovecharse la situación para generar una restructuración que la adapte al Siglo XXI.


Aunque absolutamente, y por diversas razones, de ningún modo nos encontramos ante una guerra, si podemos pensar que las condiciones pueden ser similares. La economía actual no resiste un párate del género y la reacción, como actualmente sucede, será de primero reconstruir lo propio y luego ocuparse del resto. Sin embargo, como formula la Presidenta de la Fundación Foro Estratégico para el Desarrollo Nacional, Norma Frigerio, tarde o temprano el mundo volverá a estar hiperconectado y las fronteras volverán a desdibujarse. Y de allí que la salida a la pandemia no puede ser de otra forma que global.


Seguramente en un futuro veremos países más redundantes (al menos a los grandes estados), con mucha vacunación, mucha investigación científica y mucha inversión en hospitales. Posiblemente se intente también sustituir el comercio internacional y, de este modo, bajar la dependencia interestatal. Pero mientras tanto, hay desafíos importantes por delante, como podría ser la difusión de la vacuna, que necesita trabajo unificado. Tal vez sea el momento oportuno para recapitular a autores que expliquen cómo construir una multilateralismo efectivo, ya que la opción entre el aislamiento nacional y la cooperación internacional, depende simplemente de entenderlo.

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