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Día Internacional de la Mujer Indígena

Por Verena Kaiser, miembro del Observatorio de Mujeres y Diversidad



Fuente: World Rainforest Movement

Antes de la conquista y colonización de lo que hoy se conoce como América Latina y el Caribe, la región era habitada por cientos de pueblos que fueron esclavizados, perseguidos y asesinados. Sin embargo, estos pueblos no fueron pasivamente dominados como algunas versiones históricas explican, si no que se enfrentaron y lucharon mancomunadamente contra los españoles. Siglos después, continuaron (y aún continúan) resistiendo. En esa resistencia, entonces y ahora, las mujeres no han tenido un rol menor. Una de las líderes de las sublevaciones más numerosas e importantes fue Bartolina Sisa, mujer aymara, compañera de Julián Apaza Nina (más conocido por su nombre de guerra, Tupac Katari), también dirigente de alzamientos contra la Corona española. En 1781 ambos fueron capturados. Apaza Nina fue brutalmente asesinado el 14 de noviembre de ese año y ella el 5 de septiembre del año siguiente. En honor a Sisa y a todas las mujeres indígenas, en el segundo Encuentro de Organizaciones y Movimientos de América, desarrollado en 1983 en la ciudad boliviana de Tiwanaku, fue declarado el 5 de septiembre como el Día Internacional de la Mujer Indígena (Rodríguez, 2020).


A pesar de todos los intentos de aniquilamiento y de instalar la idea de que los pueblos indígenas son “cosa del pasado”, éstos existen y resisten en distintas regiones del mundo. De acuerdo con un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) (2019), la población indígena representa el 6,2% del total mundial. Dentro de ese porcentaje, más de la mitad son mujeres. Las mujeres indígenas, a su vez, representan el 6,2% de las mujeres a nivel global.


Durante la década del 90, con un acumulado de experiencias previas, los movimientos indígenas se constituyeron en actores políticos y lograron colocar en el debate público sus demandas de reconocimiento como pueblos y sujeto de derechos. De esta manera, “pusieron en cuestión los proyectos nacionales imaginados por las elites que construyeron los estados en el siglo XIX” (Toledo Llancaqueo, 2005, p. 71) en la actual región latinoamericana. Un hito de este proceso se produjo en 1992 con la fuerte y masiva movilización en rechazo a la “celebración del V centenario de la conquista de América” impulsada por España y con la creación de comisiones nacionales en algunos países de la región latinoamericana (Rosas, 2021).


En ese marco, durante la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer de las Naciones Unidas, desarrollada en 1995 en Beijing, las mujeres indígenas de distintas regiones lograron que su voz se escuchara a través de la Declaración de Mujeres Indígenas. En ella, realizaron duras críticas, diversas demandas y propuestas a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y a los gobiernos. Entre otros puntos, repudiaron el GATT (Acuerdo General de Aranceles Aduaneros y Comercio) por su impacto destructivo sobre la tierra, el agua, la biodiversidad y sus organizaciones económicas, sociales y culturales. También juzgaron a la Plataforma de Acción de Beijing porque no denunciaba ni criticaba el orden mundial “basado en el crecimiento económico y en las monoculturas” (Declaración de las Mujeres Indígenas en Beijing, 1995), que incita la violación, esclavitud y explotación sexual de las mujeres indígenas, al no señalar la orientación occidental presente en la educación, medios de comunicación, religión y sistemas de salud, y su impacto en la diversidad cultural de los pueblos indígenas. Asimismo, en su declaración delinearon propuestas y demandas respecto al reconocimiento y al derecho a la libre determinación, territorios, desarrollo, educación y salud; a detener las violaciones de los derechos humanos y la violencia contra las mujeres indígenas; a asegurar la participación política de las mujeres indígenas, y ampliar sus capacidades y su acceso a los recursos.


La pandemia del coronavirus demostró que, casi 30 años después de esa proclama, la situación en la que viven los pueblos indígenas no mejoró, y oor su situación de vulnerabilidad, se vieron en peores condiciones para enfrentar las consecuencias de la pandemia.


Los pueblos indígenas, en particular las mujeres y las niñas, suelen verse afectados de manera desproporcionada por las epidemias y otras crisis. Los pueblos indígenas tienen casi tres veces más probabilidades de vivir en la extrema pobreza que los no indígenas, y representan casi el 19% de los que viven en extrema pobreza, independientemente de la región donde habiten. (ONU, s.f).


En paralelo, por el racismo estructural sumado a la brecha de género en el trabajo, las mujeres indígenas tienen menos posibilidades de acceder a un empleo que los varones indígenas, y cuando sí acceden a uno, en general es en condiciones de informalidad (Balvedi Pimentel, Cabrera Ormaza y Cayul, 2020). Esto tiene implicancias negativas en su salud y la de quienes están bajo su cuidado, entre otras.


Brotes y rebrotes de diversas enfermedades, los incendios (muchos de ellos intencionales), las sequías, las inundaciones, y otros fenómenos ocurridos en estos últimos años con devastadoras consecuencias para las poblaciones, son, como afirman las mujeres indígenas, resultado -en gran parte- del modelo de desarrollo basado en la explotación de los recursos naturales de manera irresponsable. Muchas comunidades indígenas, por vivir en territorios atractivos para los agentes extractivistas, vieron sus vidas destrozadas. Dentro de los espacios que enumera la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) (2017) como aquellos donde se producen y reproducen las violencias hacia las mujeres indígenas de todo el territorio americano, encontramos a los proyectos de desarrollo e inversión y a las industrias extractivistas. Estas prácticas promueven una mercantilización de la tierra que representa un ataque directo a las poblaciones indígenas, particularmente a las mujeres y niñas. La degradación y contaminación del agua y las tierras de los pueblos indígenas generan la imposibilidad de su uso y formas tradicionales de vida, lo que causa desplazamientos forzados y también impacta gravemente en la salud. Por ejemplo, se encontraron elevados índices de toxinas en la leche materna y los tejidos grasos, que son causa, entre otras cosas, de infecundidad, cánceres y abortos espontáneos. Además, al no poder subsistir como lo hacían tradicionalmente, son empujadas a la pobreza, lo que en muchos casos deriva en “la prostitución forzada y la trata de mujeres y niñas indígenas” (CIDH, 2017, p. 72).


Frente a este saqueo y destrucción de sus modos de vida, las comunidades de los múltiples pueblos indígenas que habitan América Latina se organizaron para denunciar y visibilizar las condiciones a las cuales son obligados a vivir, como lo han hecho históricamente desde la conquista. Las mujeres indígenas de la región son referentas de la defensa y el activismo por los derechos de sus pueblos, tal como lo fue en su momento Bartolina Sisa. En el centro de sus luchas se encuentran la defensa por el ambiente, por sus derechos como pueblos indígenas y también por las violencias sufridas por su condición de mujeres indígenas. Algunos de los colectivos en los que se agrupan son: el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir, en Argentina; la Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia “Bartolina Sisa”; la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (ANAMURI), en Chile; la Asociación de Mujeres Indígenas Xinkas de Santa María Xalapán Jalapa, en Guatemala; Noche Sihuame Zan Ze Tajome (Todas las mujeres como una sola), en México; la Coordinadora Nacional de Mujeres Campesinas e Indígenas en Paraguay (CONAMURI); y la Organización Nacional de Mujeres Indígenas Andinas y Amazónicas del Perú (ONAMIAP) (Gargallo, 2014).







Bibliografía


Comisión Interamericana de Derechos Humanos (2017). Las mujeres indígenas y sus derechos humanos en las Américas.


Declaración de las Mujeres Indígenas en Beijing. Cuarta Conferencia Mundial Sobre la Mujer de las Naciones Unidas. 1995. Obtenido de https://fimi-iiwf.org/


Gargallo, F. (2014). Feminismos desde Abya Yala. Ideas y proposiciones de las mujeres de 607 pueblos en Nuestra América. Editorial Corte y Confección, Ciudad de México.


Balvedi Pimentel, G.; Cabrera Ormaza, M. V.; Cayul, P. (2020). Realidades de las mujeres indígenas: Una mirada desde el Navegador Indígena. Grupo de Trabajo Internacional para Asuntos Indígenas (IWGIA) y Organización Internacional del Trabajo (OIT) (Eds.). Obtenido de https://www.ilo.org/global/topics/indigenous-tribal/WCMS_760040/lang--es/index.htm


Organización de las Naciones Unidas (s/f). Pueblos indígenas y la pandemia del COVID 19: consideraciones. Obtenido de https://www.un.org/development/desa/indigenouspeoples/wp-content/uploads/sites/19/2020/04/COVID_IP_considerations_Spanish.pdf


Organización Internacional del Trabajo (2019). Aplicación del Convenio sobre pueblos indígenas y tribales núm. 169 de la OIT: Hacia un futuro inclusivo, sostenible y justo.


Rodríguez, M. (5 de septiembre de 2020). Día de la mujer indígena: la cruel muerte de Bartolina Sisa, la heroína aymara "atada a la cola de un caballo" por luchar contra el imperio español. Obtenido de https://www.bbc.com/mundo/noticias-54026498


Rosas, S (2021). El Quinto Centenario de la Conquista de América: movimientos indígenas y memorias en disputa. En: O. Pereyra, C. Sancholuz, E. Reitano y S. Aguirre (comps.). Conflictos y resistencias: la construcción de la imagen del "otro": selección de documentos fundamentales para la comprensión de la expansión atlántica. City Bell, Buenos Aires. Teseo Press; Osvaldo Víctor Pereyra. pp. 339-366.


Toledo Llancaqueo, V. (2005). Políticas indígenas y derechos territoriales en América Latina: 1990-2004 ¿Las fronteras indígenas de la globalización? En: Pueblos Indígenas, Estado y democracia. Pablo Dávalos (comp.).

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