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Trump y la oportunidad de Europa

Actualizado: 4 abr

Por Facundo Jurisich, Estudiante avanzado de Ciencia Política (UBA). Especialista en teoría política y geopolítica. Redactor en Diario El Gobierno.


Fuente: France 24
Fuente: France 24

Desde la asunción de Donald Trump el pasado 6 de enero, el mundo ha cambiado significativamente. La tradicional alianza entre Estados Unidos y Europa parece resquebrajarse, dando paso a una nueva etapa del sistema internacional, muy distinta de la que prevaleció desde la Segunda Guerra Mundial hasta ahora. Este distanciamiento se hace evidente en acciones concretas: la imposición de aranceles del 25% a las importaciones de acero y aluminio europeos, el retiro del apoyo a Ucrania acompañado de críticas constantes a su presidente, e incluso la mención de Trump acerca de una posible anexión de Groenlandia, territorio bajo soberanía danesa. El fundamento de estas políticas se resume en la percepción de Trump de que Estados Unidos lleva décadas gastando demasiados recursos en Europa, sin obtener beneficios palpables. En su visión, prácticamente todo el mundo —pero sobre todo Europa— se ha aprovechado de Estados Unidos, que ahora debe reorganizarse y volcar sus esfuerzos en el desarrollo interno.

Aunque Trump pasa por alto los beneficios geopolíticos que históricamente le ha reportado su alianza con Europa, es cierto que el Viejo Continente dependía en exceso del respaldo norteamericano. Ante el repliegue de este apoyo, la Unión Europea reaccionó con políticas orientadas a ganar autonomía en materia de defensa, impulsadas también por la imprevisibilidad de Estados Unidos, que ha demostrado que un cambio de presidencia puede llevar de un apoyo incondicional hacia Europa a una postura de equilibrio entre ésta y Rusia.

En el plano político, la Unión Europea se muestra más cohesionada que nunca frente a estos acontecimientos, aunque está por verse si dicha unidad se mantendrá en el tiempo. Incluso han circulado rumores y discusiones acerca de una eventual adhesión de Canadá a la UE como forma de protegerse de Washington. Aunque resulte improbable, es cierto que Canadá se asemeja culturalmente más a Europa que a Estados Unidos, y el artículo 49 del Tratado de la Unión Europea, aunque especifica que solo los países europeos pueden unirse, no detalla con exactitud qué se considera un “país europeo”. El único documento que lo menciona data de 1992 y sostiene que la geografía, la historia y la cultura dan forma a la identidad europea. Sorprendentemente, un 44% de la población canadiense apoya esta posibilidad, según encuestas, si bien su concreción depende en última instancia de que la UE consolide su posición como potencia global.

En el frente militar, la Unión Europea ha anunciado el plan “ReArm Europe”, cuyo objetivo es fortalecer la producción de armamento en cantidad y calidad, al mismo tiempo que promover la autonomía defensiva del bloque. Se proyecta elevar el gasto militar total hasta 800 mil millones de euros anuales, equiparando así la inversión actual de Estados Unidos. Si bien esto no convertiría de inmediato a la UE en la principal potencia militar —debido a la infraestructura, experiencia y personal que EE. UU. ya posee—, sí la situaría como un actor clave con verdadera autonomía estratégica.

Este proyecto cuenta con el respaldo de una creciente desconfianza de la ciudadanía europea hacia Estados Unidos: una encuesta reciente señala que la mayoría de los europeos ya no ve a la potencia norteamericana como un aliado, sino más bien como un “socio necesario”. Sin embargo, el gran desafío es superar la desconfianza interna y la fragmentación entre los Estados miembros, para crear finalmente un ejército europeo. Este paso resultaría crucial para transformar a la UE en algo más parecido a un país unificado, situando a las naciones europeas en una relación análoga a la de los estados que integran EE. UU. De lograrse, la UE no solo se fortalecería militarmente: con sus 450 millones de habitantes y un PBI cercano a 16 billones de dólares, se erigiría como una de las principales potencias mundiales, solo por detrás de Estados Unidos y China en términos de Producto Bruto Interno, y de China y la India en población.

El único desafío mayor que enfrentaría esta “nueva UE” sería el tema migratorio. La necesidad de integrar a los migrantes para preservar la cultura y el estilo de vida europeo, combinada con la imposibilidad de cerrar las fronteras en un contexto de bajo crecimiento demográfico y envejecimiento poblacional, plantea un dilema cuya solución no es evidente. Aun así, los votantes europeos parecen cada vez más conscientes de la importancia de abordar esta cuestión.

Paradójicamente, la retirada del apoyo estadounidense bajo la administración Trump podría haber sido el catalizador que Europa requería para “despertar”. Lo que a primera vista luce como un golpe duro para el Viejo Continente podría transformarse en una oportunidad para su renacimiento. Solo el tiempo dirá si esta ventana de ocasión termina por aprovecharse.

 
 
 

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Centro de Estudios de Política Internacional - UBA

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