El Paraguas Nuclear Europeo: la propuesta francesa hacia una “defensa continental creíble”
- UBA Centro de Estudios de Política Internacional
- 9 sept
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Por Santiago Riva, Licenciado en Ciencia Política. Miembro del Laboratorio de Investigación en Geopolítica Argentina (LIGA-UBA). Colaborador del Observatorio de Defensa y Seguridad Internacional (CEPI-UBA).

Dirigiéndose a su pueblo en cadena nacional el 5 de marzo del 2025, el presidente francés Emmanuel Macron instó a reabrir el debate estratégico en torno al denominado “paraguas nuclear europeo”: un sistema de disuasión continental respaldado por el arsenal atómico del país galo, que sería imprescindible para “preservar la paz y la seguridad en Europa” (Macron, 2025). En sus propias palabras, este debate “debe incluir la defensa antimisiles, la capacidad de fuego de largo alcance y el arma nuclear para aquellos países que la poseen o que cuentan con armas nucleares estadounidenses en su territorio” (Macron, citado en DNA, 2024).
Aunque provocativa, la propuesta emanada del palais de l'Élysée dista de ser novedosa. Ya en 1957, en el marco de la fundación de la Comunidad Europea de la Energía Atómica (EURATOM), se planteó la iniciativa de desarrollar un arma nuclear europea de forma conjunta entre Italia, Francia y Alemania, abandonada tras la elección de Charles De Gaulle en Francia y su voluntad de desarrollar una force de frappe de forma independiente (Küntzel, 1995, p. 126). Desde entonces, han sido varias las ocasiones en que los sucesivos máximos mandatarios franceses han acercado a sus aliados regionales la posibilidad de avanzar hacia algún esquema de disuasión nuclear compartido[1]. Sin ir más lejos, el mismo Macron ya había insinuado esta oferta en 2020, en 2022 y en 2024 (Camut, 2024; Macron, 2024).
[1] Desde Jacques Chirac, hablando en 1995 de una “disuasión concertada” junto a Alemania, a Nicholas Sarkozy, quien planteó en 2009 la necesidad de dialogar “sobre el papel de la disuasión y su contribución a nuestra seguridad común”, pasando por François Hollande, que reflotó este tema en 2015 en el marco de la crisis en Ucrania tras la invasión rusa a Crimea (D'Alançon, 2020; Jurgensen, 2019).
Sin embargo, estas propuestas de larga data adquieren una trascendencia renovada —y, desde ya, una mayor legitimación potencial— ante la persistencia de la amenaza rusa en el frente ucraniano, con cabezas nucleares apostadas en misiles en el patio trasero de algunos de los mayores centros urbanos de la Unión Europea (UE), así como ante la creciente reticencia del gobierno de Donald Trump, en su segundo mandato, a volcar recursos sustantivos hacia el frente ucraniano y el resguardo de sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Desarme y disuasión en 2025
Más allá de los infructuosos intentos de materializar un desarme nuclear completo —la redacción del artículo VI del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) es deliberadamente ambigua en cuanto a las obligaciones establecidas para el desarme y el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN) no supo convocar el respaldo de las principales potencias nucleares—, el sistema regulatorio internacional de las armas nucleares ha sido, en rigor, exitoso. Desde el trágico bautismo de fuego en Hiroshima y Nagasaki nunca más han empañado un escenario de guerra, son apenas nueve los Estados proliferadores y el tamaño de los arsenales se encuentra en declive sostenido desde el final de la Guerra Fría.
Esto no modifica, sin embargo, el hecho de que algunas de las mayores potencias militares del mundo permanezcan sentadas sobre una pila de ojivas capaces de propiciar una destrucción de magnitudes inconmensurables. De hecho, el último informe anual del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI, 2025) advierte que “hay señales de una nueva carrera armamentística nuclear en ciernes” (p. 9).
En un contexto de aumento sin precedentes del gasto militar mundial, todos los Estados nuclearmente armados someten a sus arsenales a un constante proceso de modernización, e incluso de expansión en ciertos casos como, particularmente, el de China. Hoy, cerca de 2.100 ojivas nucleares permanecen desplegadas bajo el máximo nivel de alerta operacional, montadas sobre misiles balísticos listos para el lanzamiento. La reducción en el tamaño de los arsenales, asimismo, resulta engañosa si contemplamos que la curva de descenso se ha ido aplanando, sostenida casi exclusivamente por el desmantelamiento por parte de Rusia y Estados Unidos de ojivas retiradas. Se trata, en suma, de un equilibrio estable pero incómodo.
Esta incomodidad se agudiza en el escenario internacional actual. En primer lugar, los arreglos bilaterales de transparencia y control de armamentos entre Rusia y Estados Unidos —países que, como resabio de la Guerra Fría, concentran cerca del 90% de las armas nucleares mundiales— se encuentran en crisis: Moscú suspendió su participación en el Tratado New START, cuyo vencimiento en febrero del 2026 se precipita sin que se vislumbre un marco sucesorio capaz de reemplazarlo [2]. A ello se suma el despliegue de armas nucleares tácticas rusas en territorio bielorruso, en la frontera inmediata de la UE, y la reconfiguración de la doctrina nuclear del Kremlin en 2024, que amplía los supuestos de uso al contemplar una respuesta nuclear frente a un ataque convencional de un Estado sin armas nucleares respaldado por una potencia nuclear.
La cuestión de fondo, como expresó el presidente francés en un discurso ante oficiales de la École de guerre en 2020 [3], es la erosión de “la idea misma de un orden multilateral basado en el derecho, donde el uso de la fuerza esté regulado, los compromisos sean respetados y las leyes impongan obligaciones de alcance universal” (Macron, 2020). Los avatares de un sistema internacional crecientemente multipolar —“un entramado diverso, con partes diferenciadas y entrelazadas, con diferentes Estados ejerciendo grados variables de influencia sobre distintos asuntos” (SIPRI, 2025, p. 17)— sólo dotan a estas palabras de una actualidad mayor, ilustrada en la centralidad de la cuestión nuclear en conflictos recientes como el de India y Pakistán y, sobre todo, las operaciones militares de Israel y Estados Unidos contra el programa iraní.
En ese sentido, la perspectiva europea, situada en el centro neurálgico del Rimland [4] y la confrontación geopolítica global, podría condensarse en la consigna de que “el desarme no puede ser un objetivo en sí mismo”, en palabras del propio Macron (2020), sino que “sólo tiene sentido si se inscribe en un proceso histórico orientado a limitar la violencia”. En simultáneo al impulso al entramado regulatorio internacional contra la proliferación y a las distintas iniciativas de desarme y control de armamentos, debe reconocerse el rol de las estrategias de disuasión nuclear en la preservación de la seguridad internacional y regional.
Reclamar esta capacidad de defensa y dotarla de un alcance colectivo, en un mundo en umbral constante de tensión estratégica, no responde a un gesto belicista sino a la voluntad de evitar la depredación de vacíos de poder sobre el escenario táctico europeo. Un desarme pleno en Europa, ante la inestabilidad multipolar que rige hoy en día en el plano nuclear, actuaría en desmedro de este mismo objetivo.
Nadie se engaña: la disuasión no es fórmula suficiente para la paz perpetua, pero sí quizás un escalón prudente hacia un horizonte verdaderamente pacífico, donde la violencia no se encuentre inhibida sino limitada de forma efectiva.
La dimensión europea de la force de frappe
El discurso de Macron relevado al inicio de este artículo fue pronunciado en la víspera de una reunión de emergencia del Consejo Europeo, que convocó a los 27 jefes de Estado o de Gobierno de los países miembro del bloque junto al presidente del Consejo y a Ursula Von Der Leyen, presidente de la Comisión Europea, para discutir la asignación exponencial de recursos nacionales y comunes hacia la defensa en el marco de la iniciativa estratégica Readiness 2030, que prevé destinar hasta 800 mil millones de euros para este propósito.
Esta decisión refleja una lectura de la “amenaza existencial” que supone para la región la creciente militarización de Rusia, una potencia nuclear cuyo gasto en defensa ronda ya el 40% del presupuesto gubernamental [5], en el contexto de las crecientes exigencias derivadas del conflicto en Ucrania, ya avanzado en su tercer año (Consejo Europeo, 2025).
La force de frappe ha sido, desde su concepción, un artefacto de disuasión estrictamente nacional e independiente, abocado a la protección de los intereses vitales de Francia, tal como los delimitara el propio gobierno. Esto lo separa tanto del arsenal británico, políticamente soberano pero dependiente en términos logísticos y tecnológicos de la cooperación estadounidense, como del arsenal de los Estados Unidos, que en línea con su concepto de “disuasión extendida” destina históricamente su armamento también a la defensa de sus aliados (Jurgensen, 2019). La postura francesa se reafirma en su ausencia del Nuclear Planning Group (NPG) de la OTAN, creado en 1966 como mecanismo de coordinación y planificación colectiva de la política nuclear del bloque. Esta posición singular —siendo Francia el único Estado miembro ausente del NPG— se ha mantenido incluso tras su reintegración al mando militar de la OTAN en 2009, lo que evidencia la centralidad que ocupa la autonomía en materia nuclear en la doctrina y el planeamiento para la defensa franceses.
Habiendo dicho esto, resulta ineludible, como ha expresado ya en varias instancias el presidente francés, la realidad de que los intereses vitales de Francia poseen una “dimensión europea”, vinculando estabilidad nacional con estabilidad regional. “La disuasión nuclear está en el centro de la estrategia de defensa de Francia. Es, por tanto, un elemento esencial de la defensa del continente europeo” (Macron, 2024). Jurgensen (2019) brinda una serie de ejemplos para ilustrar las raíces históricas de esta concepción, que se afianzó tras el fin de la Guerra Fría y en paralelo a los avances subsecuentes en la integración europea. Tal idea cobró aún mayor protagonismo con la retirada del Reino Unido de la UE, concretada en 2020, que ha dejado a Francia como el único de los cinco Estados nuclearmente armados reconocidos por el TNP dentro del bloque regional.
No obstante, el rol europeo del arsenal nuclear francés se encuentra ligado de forma “particular pero no exclusiva” al marco institucional de la UE y a su defensa (Chevreuil, 2024). Es decir, lo trasciende. Además de esta dimensión política, hace falta contemplar una dimensión geográfica —el mero hecho de que Francia está inserta en una masa continental y no es ajena a aquello que ocurre más allá de sus fronteras— y una dimensión estratégica —la articulación de la force de frappe con las fuerzas convencionales y la estrategia de disuasión orquestada desde el NPG, particularmente crítica dada la persistencia de un teatro de guerra abierto dentro del continente. Esta triple ligación multiplica los riesgos directos de seguridad para Francia en caso de un conflicto continental para Francia, una diferencia sustancial respecto del vínculo de Estados Unidos con Europa.
¿Una alternativa europea dentro del TNP?
La inminencia del debate en torno al paraguas nuclear europeo es proporcional a la incertidumbre sobre el paraguas nuclear estadounidense en la región, en situación precaria frente al distanciamiento de Estados Unidos y su viraje hacia el Indo-Pacífico. La anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014 ya había empujado a algunos de los principales líderes europeos a replantear la capacidad del continente para asegurar su propia defensa, dejando entrever indicios de un atlantismo en crisis. En 2017, la canciller alemana Angela Merkel declaró que “los tiempos en que podíamos depender completamente de otros, en cierta medida, han acabado”, y agregó que “nosotros, los europeos, debemos tomar nuestro destino en nuestras propias manos” (Henley, 2017). Macron, por su parte, afirmó en el discurso de 2020 ya citado que, en un mundo multipolar, “la estabilidad estratégica en Europa exige más que el confort provisto por una convergencia transatlántica con los Estados Unidos” (Macron, 2020).
En 2025 el desacople de Estados Unidos de su compromiso noratlántico ha sido radical, con un rango de herramientas que incluyen la suspensión de ayuda al esfuerzo bélico en Ucrania, el acercamiento diplomático a Rusia y el empleo de aranceles comerciales como medio de coerción geopolítica (Sanahuja, 2025). En este cruce de tensiones, donde parece naufragar la vigencia práctica de la cláusula de defensa mutua inscripta en el artículo V del Tratado del Atlántico Norte, el llamado de Macron (2025) a “lanzar un debate estratégico sobre el uso de nuestra disuasión para proteger a nuestros aliados en el continente europeo” deja de ser un gesto meramente retórico para transformarse en un llamado de atención sobre la necesidad de complementar las capacidades convencionales con un paraguas nuclear propio y así “construir una defensa europea creíble” (Macron, citado en DNA, 2024).
Esta defensa creíble vendría de la mano de una nueva alternativa europea, o european option. Este proyecto, una discusión gestada en paralelo a la negociación del TNP durante la Guerra Fría, implicaba “el establecimiento de una alianza europea en defensa con la inclusión de armas nucleares” (Küntzel, 1995, p. 112). Es decir, la renuncia formal a la proliferación unilateral dejando la puerta abierta a un esquema armamentístico colectivo. En el presente, este concepto podría resignificarse para conjugar el respeto de los compromisos internacionales asumidos por los países de la UE en el marco del TNP con la búsqueda de esquemas de defensa alternativos al paraguas nuclear estadounidense, para al fin consolidar una autonomía defensiva europea largamente postergada pero hoy más urgente que nunca.
Al pensar en la forma que podría adquirir un eventual paraguas nuclear europeo, cabe señalar que su materialización no implicaría una cesión del control de los arsenales ni a otro país ni a una esfera decisoria supranacional, lo cual contravendría los artículos I y II del TNP. Francia retendría la autoridad final sobre su armamento nuclear. Se trata, más bien, de medidas para afianzar la transparencia, cooperación e interoperabilidad. En la práctica, podría manifestarse en ejercicios militares conjuntos, incluyendo la participación de fuerzas aliadas en el ejercicio anual Poker de disuasión nuclear de la Fuerza Aérea Francesa, y en una mayor integración del armamento francés en el planeamiento y adiestramiento de las distintas fuerzas europeas [6]. Otra opción en debate es la contribución financiera de otros Estados al sostén de la force de frappe, una vía considerada jurídicamente viable en un informe encargado por el Bundestag en 2017 (Fisher, 2017). Esto no implica financiar directamente el desarrollo de nuevas ojivas, sino compartir los costos asociados al mantenimiento de los sistemas de armas, las infraestructuras de almacenamiento y el personal especializado, así como la investigación y desarrollo de nuevas tecnologías para modernizar el arsenal (Rivas, 2025). La ayuda económica puede darse incluso de forma indirecta, mediante el financiamiento de proyectos conjuntos que permitan liberar presupuesto francés de otras áreas para derivarlo al programa nuclear.
Este plan enfrenta, aún así, una serie de desafíos estructurales que deben ser tenidos en cuenta para su implementación. En primer lugar, Estados Unidos sigue y seguirá ocupando un rol central como garante de seguridad en Europa y para muchos Estados, sobre todo Estados pequeños y de Europa del Este, la prioridad será preservar este respaldo militar (Jurgensen, 2019). El discurso de autonomía estratégica que cobra fuerza en el continente se choca con la necesidad de apaciguar a un Washington cada vez más impredecible e implacable, que cierne sobre sus aliados la amenaza de los costos de un eventual distanciamiento: desde una espiral arancelaria y el riesgo de una guerra comercial global, hasta la obligación de afrontar en solitario los costos de la guerra en Ucrania, incluida la “imposición de una versión rusa de la paz de los vencidos” (Sanahuja, 2025). En este marco, Francia debe conciliar su oferta nuclear con los arreglos ya existentes; no puede permanecer ajena al NPG ni a la política de Nuclear Sharing de la OTAN, que hace a cinco países miembro del bloque —Alemania, Bélgica, Italia, Países Bajos y Turquía— anfitriones de armas nucleares estadounidenses en su territorio. El paraguas nuclear europeo debe ser una protección adicional, no un reemplazo, lo cual exige alguna instancia de coordinación entre ambos esquemas.
En conexión con lo anterior, emerge otro desafío crucial: conciliar la doctrina nuclear francesa, centrada en la defensa de sus intereses vitales y en la preservación de su autonomía, con el rol de su arsenal en la defensa de Europa. Aunque podría contemplarse el despliegue de ojivas en distintos países europeos, avanzar hacia una alternativa europea no supone sustituir la doctrina de disuasión central por una lógica extendida al estilo estadounidense, ocupando un vacío teórico que dejaría el vecino transatlántico. Ello sería inviable para una potencia nuclear media con limitaciones presupuestarias y un arsenal reducido —alrededor de 290 ojivas frente a las más de 8.000 que suman entre EEUU y Rusia— basado en el principio de suficiencia estricta, de carácter defensivo y orientado a infligir daños inaceptables sobre la infraestructura crítica enemiga (SIPRI, 2025). Además, París conserva para sí la decisión última de definir cuándo los intereses vitales europeos forman parte de su propia ecuación estratégica, generando una ambigüedad que resulta un factor esencial para el efecto disuasorio de su arsenal. Este punto se torna sensible si recuperamos las declaraciones de Macron en 2022, según las cuales dichos intereses “no estarían en juego si hubiese un ataque nuclear en Ucrania o en la región” (Macron, citado en Sinovets y Vicente, 2024).
Un tercer desafío reside en armonizar las estructuras militares, legales y científicas de los distintos países que conformarían una eventual alianza nuclear europea. Esto exige no sólo una coordinación más estrecha entre los altos mandos militares y entre los distintos centros de formación, investigación y producción relativos a la tecnología nuclear, sino también la difusión de una cultura estratégica común en un ámbito históricamente tabú en gran parte del continente. A esto se suman los obstáculos regulatorios de integrar una dimensión armamentística nuclear al marco institucional de la UE, donde conviven diversos esquemas normativos. Basta señalar que dos de sus Estados miembro —Austria e Irlanda— son firmantes del TPAN.
Por último, cabe mencionar que la apertura de un nuevo paraguas nuclear en la región podría motivar nuevos dilemas de seguridad. Macron (2022) recupera una cita de Raymond Aron para advertir que “ni los hombres ni los Estados han dicho adiós a las armas”, y que hoy en día es la disuasión, y no el desarme total, la estrategia indicada para edificar un marco de seguridad común. Sin embargo, esta postura corre el riesgo de traducirse en crecientes niveles de militarización y securitización en la región, contraproducentes con el objetivo de fondo de mantener la paz en Europa y, eventualmente, “construir relaciones de vecindad con Rusia” (Macron, 2024). A los costos políticos y económicos habría que sumar los estratégicos: Moscú podría interpretar el rearme de la UE como una amenaza directa y recaudar incentivos para una hostilidad aún mayor. Como señala Antonio Sanahuja (2025), “si es que en algún momento existe posibilidad de interlocución constructiva con Rusia, será necesaria una nueva arquitectura de seguridad que recupere la construcción de confianza mutua, el control de armamentos y el desarme convencional y nuclear”.
Conclusión
En definitiva, la sensación de intemperie estratégica ha devuelto al centro del debate la alternativa nuclear europea, que goza de una legitimidad inusitada. Esto queda patente en la apertura a la oferta francesa por parte del flamante canciller alemán Friedrich Merz, quien destacó la reticencia de sus predecesores a abordar este tema, y el fortalecimiento de la cooperación franco-británica, plasmada en la Northwood Declaration de julio del 2025. Los obstáculos relevados muestran que, aún así, la viabilidad del paraguas nuclear europeo no depende sólo de su legitimación pública. Los países europeos deben entablar una discusión en torno a las “condiciones de la estabilidad estratégica en el continente” (Jurgensen, 2019, p. 9), para poder conciliar tendencias nacionales divergentes en torno a intereses comunes en seguridad y poder asumir colectivamente los costos y riesgos de la disuasión.
Notas: [1] Desde Jacques Chirac, hablando en 1995 de una “disuasión concertada” junto a Alemania, a Nicholas Sarkozy, quien planteó en 2009 la necesidad de dialogar “sobre el papel de la disuasión y su contribución a nuestra seguridad común”, pasando por François Hollande, que reflotó este tema en 2015 en el marco de la crisis en Ucrania tras la invasión rusa a Crimea (D'Alançon, 2020; Jurgensen, 2019).
[2] También puede mencionarse el fin del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF), que prohibía a ambos actores el despliegue de misiles terrestres con alcance de 500 a 5.500 km, restringiendo así las capacidades de lanzamiento sobre el escenario táctico europeo.
[3] Cabe señalar, como subrayó Macron en su discurso, que se trataba de la primera ocasión en que un jefe de Estado se dirigía públicamente ante la École de Guerre desde De Gaulle, quien en 1959 anunció allí la creación de la force de frappe, el arsenal nuclear disuasorio francés.
[4] En términos geopolíticos, la franja costera que rodea el corazón terrestre de Rusia y Asia Central, zona de mayor importancia estratégica en términos económicos y de seguridad internacional (Spykman, 1969).
[5] El discurso de Macron (2025) menciona que supera el 40%, mientras que el último informe del SIPRI (Cooper, 2025) sobre el presupuesto ruso menciona que el gasto militar representa el 37% del gasto total.
[6] Se podría retomar la experiencia de los ejercicios MILEX con fuerzas convencionales, llevados a cabo desde el 2023, pioneros en ejercicios militares “en vivo” orquestados y ejecutados de forma íntegra por la UE, para desarrollar su Capacidad de Despliegue Rápido (RDC).
Referencias:
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