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“You may not think about politics, but politics thinks about you”

Reseña de: The Lady (Luc Besson, 2011)

Por Luciano Manzo

Fuente: TIME

Aung San Suu Kyi es ciertamente una figura fuera de lo normal. Su vida ha estado marcada por la tragedia personal y el deber hacia su pueblo. Fue ganadora del Premio Nobel de la Paz mientras se encontraba bajo arresto domiciliario en su Birmania natal debido a su oposición al gobierno militar. En 2019, en su calidad de líder de facto de Myanmar, defendió ante la Corte Internacional de Justicia una campaña de genocidio llevada adelante por el ejército nacional birmano contra la minoría étnica rohinyá. Actualmente, habiendo cumplido 75 años de edad se encuentra, nuevamente, bajo arresto domiciliario luego de un golpe de Estado acontecido el 1 de febrero de 2021 que vino a echar por tierra a la joven democracia birmana. Esto nos plantea una serie de preguntas más que legítimas respecto de Suu Kyi, pero para poder darles respuesta es necesario conocer más sobre su historia, trayectoria política y el contexto más amplio del Sudeste Asiático.


Aung San Suu Kyi es hija de Aung San, un político y militar birmano, héroe nacional, que logró la independencia del imperio británico en 1947, razón por la cual se lo conoce, aún hoy en día, como el padre de Birmania. Aung San era un reformista cuya visión del futuro del país contrastaba con las otras experiencias de la región, pues buscaba establecer un Estado democrático y federal en el que las diferentes etnias que conformaban la población de Birmania se encuentren representadas. Esta visión no pudo concretarse, ya que como muestra una de las primeras escenas de la película, Aung San fue brutalmente asesinado junto a los miembros de su gabinete. Luego del asesinato de su padre, Suu Kyi quedó a cargo de su madre quien en ese entonces era una importante diplomática birmana. Ya en su juventud y, como es costumbre en los hijos de las clases dirigentes asiáticas, Suu Kyi continuó sus estudios en universidades de Europa, específicamente en la Universidad de Oxford donde conoció a quien sería su futuro esposo, Michael Aris, con quien tuvo dos hijos.


Su vida transcurría con relativa tranquilidad hasta que recibe la noticia de que su madre se ha enfermado gravemente. El año es 1988 y la convulsión en su país natal va ganando tracción. Suu Kyi decide viajar a Myanmar para cuidar de su madre y al arribar puede percibir la verdadera brutalidad del régimen militar birmano. La sangrienta represión de protestas, en su mayoría lideradas por estudiantes universitarios, la conmueve y la moviliza a la acción, siendo rápidamente identificada como la sucesora natural de su padre, como la única persona que puede continuar su legado democrático. Así, cofunda la Liga Nacional por la Democracia (NLD, por sus siglas en inglés) y emprende un tour por el país promoviendo el voto en las elecciones pautadas para 1990. Pero la campaña atrae mucha atención y los líderes militares ordenan su arresto domiciliario. La victoria del NLD en las elecciones fue arrolladora, pero como era de esperar, los resultados fueron desconocidos por el gobierno. Los militares mantuvieron un firme control sobre la política birmana hasta entrado el siglo XXI. En 2007, luego de masivas protestas conocidas como la “revolución azafrán”, accedieron a iniciar el camino hacia una apertura democrática. Para ello, establecieron una “hoja de ruta hacia una democracia disciplinada” que incluyó la elaboración de una constitución que les adjudicaba, entre otras cosas, un cuarto de las bancas del parlamento, cargos ministeriales clave y autonomía en la elaboración del presupuesto de las fuerzas armadas.


Por fuera de la narración ficcional del cineasta francés queda lo acontecido más recientemente. Luego de una progresiva apertura, en 2015, se celebraron las primeras elecciones libres y multipartidarias en Myanmar en las que el NLD obtuvo una victoria mayoritaria. Esto le permitió formar un gobierno con Aung San Suu Kyi a la cabeza. Sin embargo, los militares mantuvieron gran control sobre la política birmana y, ante una nueva victoria aplastante del NLD en las elecciones de noviembre de 2020, que hacía peligrar tanto su poder político como intereses económicos, las fuerzas armadas realizaron un golpe de Estado que desplazó a Suu Kyi del liderazgo nacional quedando bajo arresto domiciliario.


La película nos acerca varios puntos interesantes para discutir respecto de la figura de Suu Kyi pero también del rol de Myanmar en la geopolítica del sudeste asiático. Por un lado, el caso de Aung San Suu Kyi representa un ejemplo del tipo de liderazgo femenino en el sudeste asiático durante las últimas décadas del siglo XX. Se vio envuelta en la política de su país a raíz de la tragedia personal, particularmente el asesinato de su padre. De forma similar, en Filipinas, el asesinato de Benigno Aquino a manos del dictador Ferdinand Marcos, llevó a que su viuda, Corazón Aquino, participe activamente en política con una plataforma de denuncia hacia el régimen autocrático de Marcos. Eventualmente Aquino logró conquistar el voto popular y accedió a la presidencia de Filipinas efectivamente exiliando al clan Marcos. Luego de la muerte de su esposo, Imelda Marcos, dedicó sus esfuerzos a restablecer el estatus de su familia. Su éxito fue tal que sus hijos son, actualmente, importantes figuras de la política filipina. Estos casos, aunque poco significativos estadísticamente, nos demuestran una tendencia en los liderazgos femeninos del siglo pasado en el sudeste asiático. La capacidad de liderazgo, al menos en los primeros momentos, derivaba del nexo familiar con esa figura masculina que había muerto. Aun así, progresivamente, estas líderes fueron adquiriendo fuerza e importancia en sus contextos nacionales sabiendo forjar un legado propio y convirtiéndose en figuras de gran trascendencia.


Otro punto interesante que se desprende de una pequeña escena en la película refiere a como un conflicto, interno en apariencia, se relaciona con la disputa entre las grandes potencias. Ante cada nueva masacre y profundización del control militar sobre el país, los Estados Unidos y sus socios de Occidente (principalmente la Unión Europea) respondieron con mayores sanciones económicas con la expectativa de que esta estrategia logre tensionar la economía birmana lo suficiente como para forzar una apertura. Esta política podría haber resultado exitosa de no haber sido por China, quien acudió prontamente al auxilio de su vecino. No hay que malinterpretar este acercamiento de los líderes militares a China, ellos promovían activamente la autonomía de su país, pero ante las circunstancias se vieron en la necesidad de buscar apoyo económico. Esta situación encendió las alarmas en Estados Unidos puesto que la presencia de China en un país como Myanmar, estratégicamente situado y con gran cantidad de recursos naturales, se estaba afianzando. Así, el accionar respecto de la situación interna birmana va a repercutir en cómo la disputa por el poder regional se desarrolla. El balance de poder es inestable y las potencias deben tomar en consideración los múltiples factores que hacen a la situación. El pragmatismo es la mejor arma de una potencia que pretenda sumar aliados y no perderlos.


Desde pequeña Aung San Suu Kyi supo que, como decía su padre, “uno puede no pensar en política, pero la política piensa en uno”. La prematura y violenta muerte de su padre fue un hecho que dejó una marca indeleble en su persona. En su futura carrera política tomó como propio el legado de su padre y se afianzó como una líder democrática y promotora de los derechos humanos. Respondió al llamado del pueblo birmano en 1988 y, por ello, padeció más de una década de arresto domiciliario con un gran costo a nivel personal y familiar. Suu Kyi luchó toda su vida por una Myanmar democrática y libre. Pero, cuando finalmente pudo acceder a la máxima jefatura, se vio envuelta en la condena y crítica internacional por la campaña militar del ejército birmano contra los rohinyá. En su mandato como líder de facto de Myanmar intentó balancear intereses divergentes: por un lado, los del pueblo birmano y, por el otro, los de los líderes militares quienes mantenían importantes cuotas de poder. Ciertamente violaciones a los derechos humanos acontecieron en el estado de Rakhine, pero ¿fue Aung San Suu Kyi verdaderamente la culpable?. Desde un punto de vista periodístico fue muy redituable cargar todas las culpas sobre la gran líder democrática, ahora caída en desgracia a nivel internacional. Pero, desde el 1 de febrero pasado, somos testigos de las consecuencias de estas campañas de desprestigio hacia la figura de Suu Kyi. Los miles de muertos en las calles de Rangún o Mandalay son un recordatorio de los anteriores periodos de pleno gobierno militar. Es natural aspirar a la perfección en nuestros líderes y denunciar sus fallas sin tener en cuenta que, parafraseando al Quijote, “el hombre es uno con su circunstancia”. Si hubiésemos tenido una actitud más comprensiva respecto de la difícil posición en la que Suu Kyi se encontraba, quizás la sociedad birmana no estaría hoy, nuevamente, sufriendo bajo el yugo militar.


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