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El Impacto de la Inteligencia Artificial en las Capacidades de Información de los Actores No Estatales

Por Facundo Jurisich, Estudiante avanzado de Ciencia Política (UBA). Especialista en teoría política y geopolítica. Redactor en Diario El Gobierno.


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En el pasado, la propaganda era algo reservado a los grandes Estados y corporaciones. Solo una organización con un poder político y/o económico enorme podía repetir el mismo mensaje en múltiples medios con el efecto de popularizar o desacreditar ciertas opiniones o posturas. Esto generaba cierta estabilidad en la opinión pública y en la vida misma: solo los mensajes validados por instituciones reconocidas llegaban a ser masivos. Con la irrupción de la inteligencia artificial, este balance de poder cambia radicalmente: las barreras de entrada para hacer propaganda se derrumban.


El desarrollo de la inteligencia artificial facilita más que nunca en la historia la difusión de información falsa. Si bien siempre hubo mentiras e intentos de manipulación por parte de distintos actores sociales y políticos, la producción masiva de textos engañosos y la generación de imágenes, audios y videos falsos (conocidos como deepfakes) son algo novedoso de esta época.


Estas producciones audiovisuales llegan a tener un costo ínfimo en la era de la inteligencia artificial, hasta el punto de que cualquier organización con recursos mínimos, o incluso un individuo, pueden generar deepfakes. Es así que la producción de evidencia falsa se vuelve accesible para cualquiera, favoreciendo a los actores no estatales, que eran los más afectados por las altas barreras de entrada.


En cuanto a la producción de narrativas, un insumo fundamental para ellas son los distintos datos de la población: preferencias políticas, consumos culturales, patrones de comportamiento, tradiciones, etc. En el pasado, la recolección de estos datos requería de cierto trabajo de inteligencia solo accesible a los Estados. Hoy, los brokers de información y las bases de datos comerciales le venden los datos de millones de usuarios a cualquiera que esté dispuesto a pagarlos, por precios que ya no son prohibitivos para un actor no estatal. Por otro lado, también la producción de texto puede ser abaratada mediante el uso de inteligencia artificial, por lo que se requieren menos redactores.


La inteligencia artificial también vuelve mucho más barata la difusión de mensajes por parte de múltiples emisores, mediante la creación de cuentas falsas (bots). Si anteriormente era necesario comprar medios de comunicación y convencer a periodistas y figuras públicas para “instalar” un tema en la agenda pública, hoy es posible hacerlo tan solo replicando mensajes similares que defiendan la misma narrativa en X, Instagram y/o Youtube. La inteligencia artificial puede automatizar la redacción y publicación de estos mensajes, e incluso puede hacerse pasar por un ser humano en las conversaciones que surgen en los comentarios de las publicaciones o en chats privados como son los grupos de WhatsApp y de Telegram. Es así que un tema poco relevante puede aparentar ser de interés mayoritario, hasta que realmente lo sea.


Además, los actores no estatales poseen una serie de ventajas a la hora de utilizar la inteligencia artificial, en comparación con los Estados: tienen una alta velocidad de acción y adaptación, sin límites burocráticos ni protocolos; no sufren costos políticos por el uso no ético de la inteligencia artificial, a diferencia de un gobierno; su responsabilidad legal es difusa; y pueden operar a nivel transnacional sin ninguna regulación que los limite realmente.


En síntesis, la inteligencia artificial hace que los distintos procesos necesarios a la hora de diseñar y ejecutar una estrategia de propaganda sean más baratos, más rápidos y más eficientes. Estos son: la recolección de datos, la redacción de una narrativa, la creación de evidencia falsa y la difusión del mensaje a través de múltiples emisores. A su vez, la rapidez con que estos procesos pueden repetirse le da una ventaja crucial a los actores no estatales en la guerra informacional, ya que no están limitados por protocolos burocráticos ni costos políticos. Es así que la inteligencia artificial favorece a los actores no estatales en la guerra de la información.


A la hora de limitar las capacidades de los actores no estatales, los Estados deberían buscar regular y controlar los eslabones más débiles de este proceso de producción de la propaganda. En mi opinión, estos eslabones son dos: la recolección, sistematización y análisis de los datos de la población y la difusión de mensaje a través de múltiples emisores. El primero puede controlarse mediante políticas de protección de los datos personales, regulando qué datos pueden almacenarse, dónde deben estar los servidores en que se almacenan, a quién pueden venderse, etc. El segundo puede controlarse mediante regulaciones que requieran ciertos documentos personales a la hora de crear cuentas en redes sociales. Ambas ideas requieren una mayor discusión y un análisis de los casos ya existentes, a realizarse en un trabajo posterior.

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Centro de Estudios de Política Internacional - UBA

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