Por Alejo Sanchez Piccat. Coordinador del Observatorio de Defensa y Seguridad
Cuando se firmó el Tratado de No Proliferación (TNP) en 1962, se propuso como objetivo la desnuclearización del mundo para afrontar un contexto de bipolaridad donde los principales contrincantes se embarcaron en una carrera armamentística. Las potencias poseedoras del monopolio nuclear establecieron una doctrina que con el correr de los años, tal como la evidencia respalda, llevó no solo al rearme de muchos países, sino que permitió que los Estados sigan incrementando su arsenal y su producción de armamento nuclear.
Al TNP se le suman muchos protocolos, tratados y reglamentos que regulan la producción y desarrollo de la energía nuclear de uso dual. Lo llamativo del caso es que a este régimen se le suman aquellos Estados que por fuera del marco normativo, desarrollaron sus capacidades nucleares y hoy, son aceptados como actores nucleares plenos (los casos de Israel, Pakistán, India y Corea del Norte).
En el caso de las grandes potencias, la realidad es distinta. Estados Unidos y Rusia, los poseedores del 91% de las ojivas nucleares del mundo (SIPRI 2020), tienen un régimen especial que hoy pende de un hilo debido a voluntades políticas contrapuestas. El Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START) de 1991 y el Nuevo START de 2010 regulan y limitan la cantidad de armas desplegadas y el total de ojivas de estos dos Estados.
Con el arribo de Donald Trump a la Casa Blanca, la Política sobre seguridad nuclear tomó un giro de 180° con respecto a su antecesor Barack Obama. El primer revés que sufrió la diplomacia con respecto al régimen nuclear fue la retirada del JCPOA en 2018. El acuerdo que regulaba y controlaba el Programa Nuclear Iraní, hoy pende de un hilo, las relaciones entre Estados Unidos e Irán se tornaron conflictivas y los otros miembros del P5 vieron como el acuerdo se desmoronaba.
Por otro lado, Estados Unidos se retiró del Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF) que compartía con la Federación Rusa. El acuerdo firmado en el año 1987, limitaba a ambos Estados a tener misiles terrestres (GLCM), balísticos o de crucero con capacidad de portar cabezas nucleares; el rango que este comprendía era de 500 y 5.500 km.
Por último, la decisión de Trump de retirarse del Tratado de Control de Armas de Cielos Abiertos, puso en jaque a toda la estructura internacional. El Tratado permitía a sus signatarios sobrevolar los territorios de los Estados partes para recopilar información sobre fuerzas y actividades militares. Este Tratado era una pieza angular entre Rusia y los Estados Unidos ya que podían recopilar información del otro con algunas pocas limitaciones.
Tema aparte es el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START por sus siglas en inglés). Tal como se expuso anteriormente, la relación entre Estados Unidos y Rusia en la cuestión de la seguridad nuclear y el desarme depende de la estabilidad y la perdurabilidad del START, ya que este acuerdo limita la cantidad de ojivas nucleares que pueden poseer, así también como los dispositivos de entrega de los mismos (los misiles balísticos intercontinentales desplegados (ICBM), los misiles balísticos lanzados desde submarinos (SLBM) y los bombarderos pesados asignados a misiones nucleares) y establece un régimen de control mutuo para evitar infracciones a lo establecido en el texto.
El START se vence el 5 de Febrero de 2021, pasado ese tiempo el Tratado quedaría sin efecto y sería un nuevo revés para el régimen nuclear. La situación ideal -y el deseo de la Federación Rusa-, es extenderlo cinco años más y abrir una mesa especial de negociaciones. Desde Washington alegan que el START no se adecua a la situación actual y pide actualizar los límites y el control sobre Rusia.
LA CUESTIÓN CHINA
Otro punto fundamental del argumento por el cual la Casa Blanca aún no decidió la renovación del Nuevo START es porque este acuerdo no incluye ni limita la actividad de las armas nucleares de China. El ascenso del Estado asiático obliga a revisar las estructuras del Sistema Internacional y, en este caso en particular, se resalta el poder e influencia del arsenal nuclear de Pekín no sólo en Asia sino en todo el mundo y como este viene en constante crecimiento. Si bien la envergadura del arsenal chino no se puede comparar con el tamaño de los arsenales de Estados Unidos y Rusia (320 ojivas contra 5800 y 6400 respectivamente), se habla de un posicionamiento estratégico de China para escapar del régimen nuclear que lo limite y controle.
El pasado junio cuando en Viena se encontraron Marshall Billingslea, el negociador del control de armas de Estados Unidos y Sergei Ryabkov, el viceministro de las Relaciones exteriores rusa, se desprendió una declaración del agregado norteamericano que alegaba la ausencia de la delegación de Pekín: “Viena está a punto de empezar, China no se presenta. Beijing todavía se esconde detrás de una Gran Muralla del Secreto en su construcción nuclear y entre tantas otras cosas. Procederemos con Rusia, a pesar de todo” dijo el embajador en su cuenta de Twitter. Si bien China no está obligada en participar en las conversaciones sobre el Nuevo START, se habla que la manipulación de la información de su programa nuclear y su discreción a la hora de realizar pruebas lo ponen como un actor sumamente relevante para mantener el régimen nuclear y la estabilidad de la seguridad internacional.
¿QUIÉN CONTROLA A QUIEN?
El régimen global no esta excento a las críticas y fricciones. A nivel sistémico, el TNP sufre críticas de sus miembros por su eficiencia y el real control de los poseedores de armas nucleares. Este año debería haberse celebrado la Conferencia de Revisión del Tratado, pero por la pandemia causada por el Covid-19 se pospuso para el año entrante.
Las tensiones de los principales actores a nivel nuclear se repercuten a que los Estados revisen las normas y los mecanismos establecidos para la salvaguarda de un régimen nuclear universal. La cuestión rusa-estadounidense no es la única que atenta la existencia del TNP. Irán, famoso por su programa nuclear, cuestiona sistemáticamente el alcance del Organismo Internacional de Energía Atómica en su tarea de controlar y supervisar los programas nucleares de los Estados parte. Se habla de la persecución por parte de los Estados con más peso para evitar la proliferación de manera horizontal mientras que estos últimos acrecentaron su arsenal de manera considerable.
El Sistema en su conjunto parece favorecer al rearme de los Estados, el desgaste de un sistema multilateral de cooperación. La creciente inestabilidad de la seguridad a causa de las amenazas como la proliferación de actores no estatales, el cambio climático, la guerra cibernética y la innovación en el sistema de armas aumentan los desafíos de los Estados y ponen en jaque la seguridad de los mismos. Se mira con preocupación los casos de aquellos que tienen armas nucleares y están por fuera del TNP, como por ejemplo India, Pakistán, Corea del Norte e Israel.
Estados Unidos, en su rol de garante de la seguridad mundial y superpotencia nuclear, debe sentar las bases para la seguridad nuclear. En un contexto convulsionado y de transición del Sistema Internacional como el actual, debe procurar mantener y sostener el régimen que permite el desarme de los Estados. Las elecciones y la posible reelección de Trump parece un punto de inflexión a la hora de hablar de la Política Exterior del gigante americano. Se debe poner énfasis en los caminos y estrategias tomadas para coincidir en ámbitos cooperativos para mantener el mundo seguro.
En conclusión, se necesita un sistema que acoja y reciba las demandas y permita dar respuestas a las condiciones actuales que desafían la estabilidad en el régimen nuclear. No se quiere caer en un discurso pesimista ni generar un pánico infundado, pero es pertinente que los Estados y en especial las potencias nucleares, tomen dimensión de los efectos que puede producir un desequilibrio de las normas que protegen al mundo ante la amenaza nuclear.
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