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Hablemos de #Nacionalismos: Estados Unidos y el ascenso de Donald Trump

Por Gerardo Delgado Stutz y Agustina Medina, miembros del Observatorio de Política Internacional

Hablemos de #Nacionalismos: Desde el observatorio de Política Internacional, el eje de trabajo de Nacionalismos ha estado abordando el avance de la derecha nacionalista en diferentes países del mundo. El día de hoy, les traemos las reflexiones realizadas sobre Estados Unidos y les dejamos también un video en el que lxs dos autorxs de este artículo hablan sobre el tema.

Imagen: EFE

Al ser Estados Unidos un país bipartidista, donde los terceros partidos o candidaturas rara vez superan el 5%, los distintos movimientos ideológicos se suelen mover dentro de los dos partidos principales. El nacionalismo y el ultra conservadurismo encontró su nicho en el Partido Republicano, expresándose claramente en la primaria de 2016 con Donald Trump, el magnate neoyorkino. Trump hizo su campaña con el eslogan “Hacer América grande de nuevo”, apelando a la nostalgia del pueblo estadounidense. Su primer conferencia electoral fue estremecedora, con un discurso claramente xenófobo y presentando propuestas como la prohibición de la entrada de musulmanes a EEUU, una deportación masiva de la población hispana y la construcción de un gran muro separando Estados Unidos de México.


Trump logró ganar la elección general de 2016 gracias a los estados del denominado “Rust Belt” (cinturón industrial), es decir, Michigan, Wisconsin, Indiana, Pensilvania y Ohio. Convenciendo a la clase trabajadora blanca afectada por los procesos de reestructuración en las industrias tradicionales desde los años 70 con promesas de un comercio justo, incitando el proteccionismo y culpando a China por la pérdida de empleos. Sin embargo, no fue solo una promesa de proteccionismo lo que convenció a estos sectores de la población sino también su oposición al cambio climático, promoviendo la industria del carbón, producto vital en la economía de muchos pueblos del Rust Belt. Sobre todo teniendo en cuenta que esta actividad había sido regulada fuertemente en la gestión de Obama por la EPA (Agencia de Protección del Medio Ambiente).


El nacionalismo en Estados Unidos tiene una variante propia muy importante, llamada nativismo. El politólogo Cas Mudde lo describe como un concepto casi exclusivamente estadounidense, que rara vez es discutido en Europa. Mudde lo define como un nacionalismo xenofóbico que ve al foráneo como una amenaza (Friedman, 2017). El nativismo estadounidense tiene como objetivo poner los intereses de los nacidos en Estados Unidos por sobre los de los inmigrantes. Este movimiento comenzó alrededor de 1840 con la inmigración alemana e irlandesa producto de las Revoluciones Burguesas y de la Hambruna de las Patatas.

El nativismo no consideraba a los latinos del ex territorio mexicano, a los afroamericanos esclavizados del Sur ni a los libres del Norte, ni tampoco a los pueblos originarios del Oeste como “ciudadanos estadounidenses”: solamente consideraba nativos a aquellos protestantes blancos descendientes de británicos (Billington, 1938). En 1882 los grupos nativistas lograron una ley propia: el Congreso logró aprobar el Estatuto de Exclusión de Chinos: este frenaba rotundamente la inmigración asiática que venía en ascenso en la Costa Oeste desde el comienzo de la Fiebre del Oro de California en 1850.


El crecimiento económico y el boom del consumo que vivió Estados Unidos en los años ‘20, junto a la devastación sufrida en Europa en la Primera Guerra Mundial, habían hecho que el número de inmigrantes creciese exponencialmente. El nativismo logró implementar una ley de cuotas de Inmigración en 1924, a través de grupos de presión tanto en el Partido Demócrata como en el Republicano. Se expandió un anti catolicismo en la nación, principalmente orientado hacia inmigrantes italianos e irlandeses (Young, 2017). Este sentimiento quedaría por varios años hasta que John Fitzgerald Kennedy, un católico practicante, lograse ganar la elección presidencial en 1960.


Ya lejos de las disputas partidarias del siglo XIX, en un análisis de 1990 de los datos de la Encuesta de campo de California, Citrin, Reingold y Green (1990) donde encuentran un consenso abrumador sobre las características centrales de la identidad estadounidense (definidas como "características que definen subjetivamente la pertenencia a una comunidad política en particular"). Curiosamente, estos incluyen los elementos básicos liberales de la tolerancia racial, la participación política y la motivación individual, así como más creencias etnoculturales en la importancia de hablar inglés y la fe en Dios. Aunque las actitudes etnoculturales obtuvieron menos apoyo, aún eran prominentes: el 76 por ciento de los encuestados consideraba que las habilidades en inglés y el 40 por ciento consideraban la fe religiosa como "muy importante" (y otro 21 por ciento consideraba la fe como "algo importante”).


Hacia los años ‘80 el sentimiento nativista parecía haberse desvanecido. Inclusive el ex-presidente conservador republicano Ronald Reagan había llegado decir que Estados Unidos debía lograr un camino justo para la legalización de inmigrantes. En los años ‘90, en el contexto del éxito inicial de Fox News y un giro a la derecha en el Partido Republicano, la opinión pública comenzó a cambiar: una encuesta de los estudios Gallup en 1993 mostraba que el 55% de la población estaba de acuerdo en medidas más duras contra la inmigración. Tras los ataques a las Torres Gemelas en 2001 y la Guerra en Irak en 2003, el nativismo pasó a tener, además, un componente islamofóbico.


El Tea Party fue un movimiento claro para la expansión del nacionalismo y nativismo. Inspirado en el Motín del Té, hecho histórico clave para la independencia de Estados Unidos en 1773, surgió como respuesta al estímulo keynesiano y a las políticas socialmente progresistas aplicadas por Obama para lograr superar la gran crisis financiera de 2008 y también en respuesta al ala moderada del Partido Republicano, dispuesta a colaborar con los demócratas. El movimiento logró aglomerar a nativistas, libertarios, constitucionalistas conservadores y populistas de derecha. Entre sus logros, está la presión a los senadores republicanos para impedir el tratamiento de una ley propuesta por Obama en el Congreso, cuyo objetivo era reformar el sistema de inmigración. Este movimiento logró representación con Trump como candidato a presidente, aunque sin coincidir en las propuestas económicas, ya que el Tea Party tiene su eje económico en el libre comercio, equilibrio fiscal, la reducción del estado de bienestar, cuestiones en las que Donald Trump era escéptico.


En el discurso inaugural de la campaña del 2016, Trump utilizó el eslogan “America First”, cuyo significado es “Primero Estados Unidos”. Esta idea tiene como objetivo fundamental priorizar la resolución de los problemas que existen en Estados Unidos por sobre los problemas del mundo, incitando el aislamiento entre las distintas naciones. Tratando de replicar la política exterior que rigió entre 1920, luego del pacto de Versalles, y 1941, cuando el bombardeo japonés a Pearl Harbor generó un giro radical en la política exterior (Calamur, 2017). Lo interesante es que America First fue un partido muy minoritario de extrema derecha con claros tintes antisemitas que existió en la década de los ‘40. Esta frase fue utilizada también por el ultraconservador Pat Buchanan, precandidato a presidente dentro del Partido Republicano en 1992 y 1996, con campañas centradas en el aislacionismo, el proteccionismo y los “valores familiares” (oposición al matrimonio igualitario, aborto legal y al rol de la mujer independiente).


No es casualidad que en las últimas conferencias de prensa Trump se haya referido al coronavirus como el “virus chino”, apelando al nacionalismo. El aislacionismo se ve reflejado en todas las ocasiones en que Trump ha criticado a la OTAN y la ONU. Un ejemplo reciente más claro del aislacionismo es que en otra época Estados Unidos hubiese estado al frente de la resolución de esta crisis, sin embargo hoy brilla por su ausencia, gracias a la implementación de la política “America First” (Schake, 2020) e incluso llegando a poner en duda el rol de la OMS (Organización Mundial de la Salud) y decidiendo quitarle apoyo financiero al organismo.


Steve Bannon fue clave en la elección y el pensamiento de Trump, famoso consultor político y director del sitio de noticias Breitbart, famoso por expresar teorías conspirativas y fake news (Lizza, 2017). Bannon había trabajado previamente en Cambridge Analytica, empresa hoy en día investigada por la manipulación de datos personales con fines electorales. Fue el Jefe de Estrategias de la campaña de Trump en 2016 y quien le hizo mantener una línea de pensamiento conservadora y aislacionista, llegando a cuestionar la política exterior de Reagan y Bush padre, algo nunca antes visto en un candidato republicano. Bannon tenía contactos con todos los partidos ultraconservadores del mundo, asistiendo a múltiples mítines realizados por estos. Cuando asumió Trump pasó a tener un puesto fijo en la Casa Blanca, y desde allí diagramó la política exterior e interna de Trump. El debut de su forma de pensar se vio apenas cinco días después de la asunción de Trump con la prohibición de viajes de personas que viniesen de países de mayoría musulmana, y la imposición de cuotas de importación a productos mexicanos.


El legado de Trump y Bannon es haberle dado una mayor zona de confort a los sectores políticos de derecha más extremos: los nacionalistas blancos. El número de actividades realizadas por estos ha crecido exponencialmente. El mitin más polémico fue el “Unite the Right Rally” realizado en Charlottesville, Virginia. El lugar no fue elegido al azar, el alcalde de esta ciudad había decidido retirar la estatua de Robert E. Lee, comandante del Ejército Confederado en la Guerra Civil. El alcalde no había sido el único en realizar esta acción, otros alcaldes como por ejemplo Mitch Landrieu de Nueva Orleans habían retirado estatuas de militares confederados. Los participantes de esta manifestación fueron nacionalistas blancos, nostálgicos de la antigua CSA (Estados Confederados de América), miembros del KKK (Ku Klux Klan) y neonazis. Algunos de ellos utilizaban gorras con el slogan “Make America Great Again”.


Estos individuos chocaron con una contra protesta conformada por un grupo de estudiantes y profesores de la Universidad de Virginia. En este enfrentamiento una joven de 32 años murió atropellada por un nacionalista blanco. Este hecho ha sido calificado como un acto de terrorismo doméstico por diversos organismos. Sin embargo, el presidente Donald Trump al día siguiente expresó en una conferencia de prensa que había varias personas buenas en los dos lados, equiparando ambas partes. Nunca antes en la historia un presidente de los Estados Unidos había dicho algo similar de un grupo de nacionalistas blancos. El efecto inmediato fue una baja en su aprobación, por un tiempo relativamente corto. Aunque esto no fue así para un grupo social que históricamente había favorecido al Partido Republicano: el votante suburbano con educación superior completa. Este votante fue clave en la elección de 2018 (Wilson, 2018) cuando los demócratas recuperaron el Congreso y es intrigante saber cómo se alineará en la elección de 2020.


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