El futuro del mundo entre Tucídides y Kindleberger: dos trampas, un desafío
- UBA Centro de Estudios de Política Internacional
- 4 abr
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Argentina se encuentra ante un desafío singular: con una economía altamente dependiente de mercados externos y una oportunidad estratégica derivada de su posición como proveedor de recursos como el litio, el país deberá maniobrar para encontrar un equilibrio delicado. Publicado por primera vez en El Economista el 16/01/2025 Por Lautaro Rubbi, Profesor de RR. II. Director del Observatorio en Defensa y Seguridad Internacional (CEPI - UBA)

"El futuro no pertenece a los globalistas", declaró el entonces presidente Donald Trump desde el podio de la Asamblea General de la ONU en 2019.
Su retorno al liderazgo político estadounidense no solo redefine las coordenadas internas de su país, sino que también reabre interrogantes sobre la estabilidad del orden internacional y las consecuencias de un recargado proyecto antiglobalista.
Su renovada retórica proteccionista, sumada a las tensiones estructurales de una China en proceso interno de ajuste político, económico y social, deja al descubierto un mundo atrapado en dos trampas históricas que, en el largo plazo, parecen insalvables: la de Tucídides y la de Kindleberger.
La trampa de Tucídides, revivida por Graham Allison, famoso catedrático de Harvard, nos recuerda que cuando una potencia emergente desafía a una establecida, las percepciones de amenaza mutua tienden a desbordarse.
Como escribió el historiador griego: "Fue el ascenso de Atenas y el miedo que esto inspiró en Esparta lo que hizo inevitable la guerra".
Hoy, la rivalidad entre China y Estados Unidos está lejos de ser una mera competencia económica; es un duelo existencial.
Las recientes restricciones al comercio de chips de última generación, obleas solares y minerales críticos como el galio, la militarización del Indo-Pacífico y la acumulación de alianzas en ambos lados solo refuerzan un ciclo que la historia ha demostrado como peligrosamente escalable.
El desacople progresivo entre estas economías no es solo un fenómeno económico; es un síntoma de la erosión de la confianza mutua con impactos claros en el ámbito de la seguridad y la estabilidad global.
Durante décadas, la interdependencia económica fue vista como un antídoto para el conflicto, un seguro contra la tentación de recurrir a la fuerza.
Pero esa lógica está siendo desmantelada: en 2024, el 70% de las empresas estadounidenses manifestaron su intención de reducir o reubicar sus operaciones fuera de China, según un informe de Bain & Company.
El traslado de cadenas de suministro fuera de China y la autonomización tecnológica son apenas la punta del iceberg de un mundo en estado de confrontación latente.
Habiendo aumentado 6,8%, el salto más pronunciado de los últimos 15 años, al 2023 el gasto militar global ya había alcanzado un récord histórico de US$ 2,4 billones, casi US$ 300 por cada habitante del planeta.
El famoso Reloj del Fin del Mundo marca desde el mismo año apenas 90 simbólicos pero escalofriantes segundos para la medianoche, el punto más cercano en sus 75 años de historia.
Los buenos augurios de la economía local en el corto plazo no deben coartar una perspectiva más sistémica. Dicho de forma sencilla, no debemos olvidar que vivimos en un mundo cada día más peligroso.
Por otro lado, la trampa de Kindleberger se cierne como una amenaza silenciosa pero igualmente destructiva: en los años 30, la ausencia de una potencia hegemónica dispuesta a proveer bienes globales y garantizar el orden económico facilitó un colapso sistémico.
En algunos sentidos hoy la situación parece un eco de aquella época. Sin un liderazgo claro, las instituciones multilaterales están perdiendo relevancia y legitimidad y los vacíos de poder abren la puerta a actores desestabilizadores.
En este contexto, según informes recientes de la ONU, la economía global avanzaría hacia un moderado crecimiento del 2,8% en 2025, lejos del promedio prepandémico del 3,2%, mientras los conflictos geopolíticos, las tensiones comerciales entre potencias y el lastre de una deuda elevada profundizan un escenario de incertidumbre y fragmentación económica.
Argentina se encuentra ante un desafío singular: con una economía altamente dependiente de mercados externos y una oportunidad estratégica derivada de su posición como proveedor de recursos como el litio, el país deberá maniobrar para encontrar un equilibrio delicado.
Apostar por una relación pragmática con China mientras se mantiene alineado políticamente con Estados Unidos requerirá una diplomacia tan audaz como sofisticada.
En palabras de Javier Milei, "China es un socio comercial muy interesante, no exigen nada, solo que no los molesten". ¿Será suficiente en un mundo donde la estabilidad parece un lujo del pasado?
Entramos en una etapa de fragmentación económica y política con malos precedentes. En esta "Era de la No Paz", tal como la bautizó Mark Leonard, la frontera entre la guerra y la paz se desdibuja.
La conectividad y la interdependencia han comenzado a generar más desafíos que soluciones.
La combinación de las trampas de Tucídides y Kindleberger crea un panorama de incertidumbre donde los riesgos no son solo probables, sino prácticamente inminentes. Nuestro país no puede permitirse la inacción. Prepararse para este nuevo paradigma no es una opción, sino una necesidad impostergable.
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