Por Pablo Pugliese, Miembro del Observatorio de Defensa y Seguridad
Las crisis moldean la historia y la actualmente acontecida a raíz de la pandemia del SARS-CoV-2 no parece ser la excepción. La rápida e inesperada propagación del virus a lo largo del mundo ha tenido como consecuencia la creación de una atmósfera de desconfianza e incertidumbre en el plano internacional, que se hace visible a partir de la imprevisibilidad en el comportamiento de los actores que lo conforman. En este marco, el desarrollo tecnológico vuelve a consolidarse como un factor elemental en el plano internacional y plantea una serie de interrogantes en torno a su utilización, en un mundo que se debate entre la competencia y la cooperación. Si bien aún es muy temprano para aventurar conjeturas acerca de un futuro incierto, el escenario actual nos ofrece una variedad de elementos que es preciso analizar para obtener un panorama próximo a su posible desenvolvimiento.
Sobre la cooperación y la competencia en tiempos de pandemia
Queda claro que la llegada del SARS-CoV-2 no se da en un momento oportuno, en un sistema internacional caracterizado por un creciente desgaste de los fundamentos de la globalización. La llegada de la emergencia ha puesto a prueba la reacción de los distintos actores estatales y asimismo ha acelerado procesos ya existentes, cuyo desenlace aún no se vislumbra.
En esta línea, la confrontación entre los Estados Unidos y la República Popular de China comienza a hacerse cada vez más notoria y a extenderse a otros ámbitos como el de la salud. En virtud de ello, ambas potencias han iniciado una suerte de “carrera biológica” por el desarrollo de una vacuna capaz de poner fin a la pandemia y asimismo han adoptado distintas estrategias de posicionamiento en el plano internacional; en gran medida, China ha buscado consolidar su liderazgo frente a la crisis, adoptando una actitud plenamente cooperativa, a partir del ofrecimiento de asistencia humanitaria, insumos médicos y tecnología a distintos países, mientras que Estados Unidos ha adoptado una actitud más competitiva, emprendiendo la construcción de una narrativa que pone en tela de juicio la actuación del régimen asiático.
Teniendo en cuenta que la arbitrariedad de determinados contextos hace imposible cualquier tipo de planificación, en un mundo de recursos escasos, la precipitada propagación del SARS-CoV-2 ha desatado una guerra por todo tipo de productos sanitarios en la que predomina el interés nacional por sobre todo, quedando las leyes opacadas por un sinfín de actos ilegales que van desde la incautación clandestina hasta el contrabando, la piratería y la falsificación de dichos elementos, dando lugar a una feroz pugna geopolítica, que no hace más que aumentar la desconfianza ya existente entre los distintos actores. De este modo, mientras que la comunidad científica mundial lleva a cabo un esfuerzo inédito por coordinar globalmente una respuesta que logre frenar la propagación del virus o en última instancia mitigarlo, en contraste, los Estados aumentan sus controles y restricciones al imponer medidas draconianas, con el objeto de atenuar la capacidad viral de contagio y consolidan de esta manera su autoridad en la toma de decisiones a nivel global, produciéndose así un retorno a los principios tradicionales de la soberanía, por cuanto, el rol de los mismos como principales actores del sistema internacional se reafirma y se fortalecen las fronteras. Conjuntamente con ello, se producen importantes cambios en las relaciones sociales cotidianas de los individuos, siendo la contención de la pandemia el objetivo más buscado.
Sin embargo, subyacen en paralelo ciertas consecuencias colaterales derivadas del crecimiento de los instrumentos de control social implementados en pos de la salud pública, que pueden acabar afectando los valores fundamentales de la democracia y consolidando así las bases para el advenimiento de proyectos totalitarios. Al respecto Hannah Arendt ya advertía que “el poder significa un enfrentamiento directo con la realidad, y el totalitarismo en el poder está constantemente preocupado de hacer frente a este reto” [1].
De aquí que el mundo deberá estar atento a la irrupción de liderazgos cuya irresponsabilidad promueva la exacerbación de las identidades nacionales con vocación de construcción política, suscitando sentimientos de xenofobia y racismo en las sociedades.
En un mundo en emergencia la cooperación se convierte en un elemento esencial para la superación de la crisis.
Sobre el papel de la tecnología en la crisis
A lo largo de la historia, los conflictos armados y las crisis han actuado como catalizadores del desarrollo tecnológico. El ser humano desde épocas inmemoriales ha buscado a través de la tecnología dominar la naturaleza y superar los obstáculos que ésta le impone. Sin embargo, la llegada de la Modernidad ha abierto una serie de interrogantes en torno a la ambigüedad de su uso, en tanto como afirma Fritsch, por un lado, la misma se ha convertido en un poderoso motor de cambio en el desarrollo económico, político, militar y cultural de la sociedad global, mejorando las condiciones de vida de millones de personas, pero por otro lado, ha multiplicado la capacidad destructiva y el alcance global de los conflictos armados [2].
Es por eso que en los últimos años, los Estados han hecho de la investigación y el desarrollo científico un baluarte de sus políticas, ya que el uso de tecnologías constituye un recurso fundamental para la asistencia de los mismos en la resolución de sus disputas y conflictos en el plano externo, y permiten a la vez, generar mayores márgenes de previsibilidad en la implementación de las políticas públicas en el plano interno. Esta necesidad de generar marcos más previsibles y despejados de incertidumbre ha generado una tendencia creciente a la reconsideración de la prevención como eje de toda aplicación normativa.
La emergencia del SARS-CoV-2 ha acelerado esta dinámica, poniendo a la sociedad global frente a la amenaza de un riesgo inminente, a partir de la cual los Estados, respondiendo a una lógica de anticipación, han puesto en marcha, algunos con más y otros con menos éxito, todos sus recursos tecnológicos en pos de controlar la situación y adelantarse a la catástrofe. De esta manera, tecnologías como la inteligencia artificial, el reconocimiento facial, el uso de drones, la utilización de inteligencia de datos, así como también el importante rol de los medios de comunicación y de las redes sociales en la concientización de la sociedad, se han convertido en herramientas esenciales para hacerle frente a la crisis. Sin embargo, la utilización de estos instrumentos implican en gran medida una forma de “vigilancia digital” que abre nuevos debates relativos a los límites de la privacidad y genera un ámbito propicio para la vulneración de los derechos individuales, ya que siguiendo las premisas de que “quien controla el miedo de la gente, se convierte en el amo de sus almas” [3], muchos Estados pueden valerse de estos instrumento para concentrar su poder y monitorear los comportamientos de las sociedades en función de intereses dudosos.
Se hace preciso entonces comprender, como afirma Beck, que frente a estos contextos, “el miedo condiciona la vida. La seguridad desplaza a la libertad y la igualdad del lugar preeminente que ocupaban en la escala de valores. Las leyes se endurecen y se convierten en un <<totalitarismo antirriesgo>> aparentemente racional” [4].
En este sentido, es probable que el dilema de la tecnología, tanto como instrumento de resistencia e interconexión de las sociedades, como de herramienta de control social de los Estados, acabe definiéndose en función a la aceptación o no de la legitimidad de los mecanismos de contención estatales establecidos, y esto dependerá en gran medida de los valores sociales y culturales de las sociedades sobre las cuales estos se implementan, según las mismas se sostengan en base a los pilares de la libertad (como es el caso de las occidentales), o de la estabilidad (como es el caso de las orientales), en un mundo que promete seguir avanzando hacia una creciente automatización del sistema de producción.
De un futuro incierto…
La crisis del SARS-CoV-2 no solo ha demostrado la falta de previsión de algunos estados sino que ha puesto en agenda la salud pública a nivel mundial y ha revalorizado tanto el papel de instituciones ya existentes, como las fuerzas armadas, en su función subsidiaria de asistencia ante catástrofes y emergencias, como de diversas instituciones de la sociedad civil y empresas tecnológicas privadas, cuyo accionar hoy es fundamental en la mitigación y el control de la crisis.
No obstante, nuevos desafíos se abrirán en el mundo como resultado del impacto económico, político y social que la misma dejará a su paso.
La llegada de un virus que se vale de la gran conectividad global para su propagación, pondrá a prueba la respuesta de los Estados a problemáticas ya existentes que se acentuarán profundamente y que van desde el aumento de la violencia de género, derivada de los largos períodos de convivencia que impone el aislamiento social preventivo en el plano doméstico, hasta el severo impacto que se extenderá sobre migrantes, refugiados y sectores marginales a lo ancho del mundo.
A nivel global, la disputa entre los Estados Unidos y China continuará, quizás
inaugurando un nuevo período de bipolaridad y crecientes tensiones. El inminente desenlace electoral norteamericano acentuará la profundización de una lógica discursiva de abierta confrontación hacia el régimen chino, que correrá el riesgo de generar un peligroso caldo de cultivo para el crecimiento de grupos radicalizados en el plano interno. Mientras tanto el régimen asiático, que busca posicionarse a partir de su experiencia frente a la pandemia, deberá enfrentar el desafío de reactivar su economía en un escenario internacional complejo y de cuestionamientos internos, que empuja a las autoridades de la burocracia partidista a recurrir a su creatividad para atenuar el impacto de estas eventualidades y evitar así, ante la falta de mecanismos institucionales democráticos y de expresión, el surgimiento de un peligroso descontento en la sociedad, que ponga en riesgo la legitimidad de la dirigencia.
En síntesis, los Estados Unidos parecen haber subestimado la crisis desde un principio y esto sumado a sus severos problemas en el sistema de salud pública, ha tenido trágicas consecuencias en grandes ciudades como Nueva York y Washington, por otro lado, los ocultamientos por parte del régimen chino, como así también la tardía reacción de la OMS comienzan a ser cada vez más pronunciados y fuente de todo tipo de debate. Lo cierto es que en los últimos años los organismos internacionales han sufrido un paulatino proceso de burocratización y se han convertido en gran medida en el fiel reflejo de las disputas entre las potencias que lo integran, de modo que ya no se encuentran aptos para responder a un mundo para el que no fueron pensados.
Es preciso entonces señalar la necesidad de revitalizar los mismos adaptándolos a los nuevos tiempos, repensando sus funciones como así también la influencia que los principales poderes ejercen en ellos y que se convierten frecuentemente en el principal obstáculo a su misión.
Además, la profunda recesión económica que traerá aparejada la crisis, pondrá a prueba la estabilidad y los liderazgos de los distintos gobiernos, poniendo en evidencia la necesidad de fortalecer las competencias estatales y su capacidad de respuesta, privilegiando la transparencia y la flexibilidad como principios rectores ante estos escenarios.
La salida de la crisis requerirá del esfuerzo coordinado de los distintos actores, por ende será preciso arbitrar mecanismos de cooperación multinivel que permitan reconstruir un clima de certidumbre y confianza en el plano internacional y de esta forma impulsar una respuesta progresiva y armoniosa, que evite consecuencias que acaben siendo peores que la enfermedad.
Referencias
[1] Arendt, Hannah (1998). Los orígenes del totalitarismo. Madrid: Taurus
[2] Fritsch, Stefan (2017). Technology, Conflict and International Relations. En James, Patrick & Yetiv, Steve (2017). Advancing in Interdisciplinary Approaches to International Relations. Londres: Palgrave McMillan.
[3] Maquiavelo, Nicolás (2002). El Príncipe. Buenos Aires: El Ateneo
[4] Beck, Ulrich (2009). La Sociedad del Riesgo Mundial. En busca de la Seguridad Perdida. Barcelona: Paidós.
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